El histórico gol de
Koeman en la final de Wembley contra la Sampdoria no hubiera existido sin el cabezazo de
Bakero en Kaiserslautern o sin que
Eusebio Sacritán no hubiera forzado el lanzamiento indirecto al provocar la retención de pelota de
Invernizzi que permitió al rubio holandés conectar uno de sus clásicos obuses. El trallazo, que no quiso ver
Vialli al taparse la cara con una toalla, acabó perforando la portería de
Pagliuca en el minuto ciento once de un partido que iba camino de resolverse con la ruleta rusa de los penaltis. Como lamentablemente había sucedido seis años antes contra el Steaua en un
Sánchez Pizjuan repleto de seguidores blaugrana. Desde bien pequeño “Use” había soñado, en su La Seca natal, con ser futbolista profesional y ganar la Copa de Europa. Lo hizo realidad formando parte de un equipo que sería conocido, por encima de todo, por la manera tan particular de interpretar el fútbol de su entrenador:
Johan Cruyff. Un genio que tenía en aquel “pelotero” uno de sus jugadores de cabecera, que le aseguraban el control del balón. A pesar de su arranque lento de motor diésel, tal como lo bautizó de manera simpática
Bruins Slot. Y ya se sabe que uno de los mandamientos del “profeta del gol” era: “Si tú tienes el balón, el contrario no te puede marcar”. Por ello todos los equipos entrenados por Eusebio llevaban el sello intransferible del 4-3-3.
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