Paralelismo entre la Fed y el BCCR
Guardando las diferencias de tamaño y legislación, he observado muchas similitudes entre el actuar del Banco Central de Estados Unidos (Fed) y el del Banco Central de Costa Rica (BCCR). La principal es que, durante la crisis, ambos estuvieron sometidos a fuertes presiones de grupos privados y mediáticos, pero han sabido resistir con hidalguía los embates en favor del interés público.
Otras, haberse revestido de estoica prudencia en sus decisiones, y haber definido sus políticas monetarias con independencia del gobierno, logro institucional esencial en todo banco central dispuesto a preservar su credibilidad. Lo que sigue es mi visión personal.
Quienes leímos o escuchamos el discurso de Jerome Powell, jerarca de la Fed, en la cita anual de banqueros centrales en Jackson Hole, Wyoming, pudimos aquilatar varios aspectos esenciales de sus respuestas a la crisis inflacionaria. En su intervención, abordó sus causas y los retos actuales, y anticipó posibles acciones en el futuro cercano. Al concluir, sentí alegría al percibir una salida. Esto abre interesantes avenidas por explorar en Costa Rica.
Causas
Primero, una lección elemental de inflación: no todos los incrementos reflejados en las variaciones del índice de precios al consumidor (IPC aquí; PCI allá) son inflacionarios. Técnicamente, la inflación es un incremento generalizado de precios reflejado en una canasta de bienes y servicios definida por un ente ajeno al banco central, como dijo Milton Friedman, es decir, ni la Fed ni el BCCR manipulan el contenido de la canasta ni, mucho menos, los precios respectivos.
Los precios también están expuestos a variaciones intrínsecas e individualizadas, producto de las preferencias de los consumidores o de choques externos, y eso no es inflación, aunque golpee los bolsillos de consumidores y empresarios de igual forma; sus causas tampoco se originan en políticas monetarias expansivas y, a veces, ni siquiera pueden ser previstas ni evitadas por los bancos centrales.
Jerome Powell lo explica muy bien. Durante la pandemia, los gobiernos cerraron las economías en casi todo el mundo, la gente no tenía en qué gastar (nada de cines, bares, restaurantes u otro tipo de esparcimiento) y solo podían ahorrar. Al limitarse la circulación de personas, la compra de bienes industriales también mermó, y se incrementó el exceso de liquidez en los consumidores, alimentado por la expansión de los bancos centrales para créditos extraordinarios que, en vez de desembolsarse, también se ahorraron.
Cuando las economías finalmente reabrieron, se produjo un vibrante despertar y la gente salió como loca a gastar (el gran destape, dirían en España). Y, claro, el súbito y distendido aumento de la demanda, enfrentada a una oferta mermada por las propias restricciones, inevitablemente incrementó los precios. ¿Fue la política monetaria la causante o, más bien, las restricciones sanitarias? La respuesta es obvia.
Luego se unieron la guerra de Ucrania, las vicisitudes asociadas a la merma de materias primas (incluidos granos básicos y petróleo) y, también, el azaroso transporte internacional encarecido por causas bélicas. Si a eso se suma el despertar de los consumidores tras la pandemia, tenemos la tormenta perfecta. Los precios se dispararon al 9 % en EE. UU. y al 12,1 % en Costa Rica.
Acciones
En ese envite, todos los bancos centrales se vieron compelidos a actuar, incluidos los dos del paralelismo. Powell confesó en Wyoming que, al principio, él y sus compañeros de viaje, parapetados en un barco lleno de banqueros centrales, técnicos y altos funcionarios de la Fed, tuvieron dudas y pensaron que la tormenta no duraría mucho tiempo, prefirieron no actuar y guarecerse en una ensenada hasta que amainara. Pero no fue así.
Los vientos inflacionarios, enrabiados, soplaban con fuerza y los bancos tuvieron que actuar. Los vimos bajar las velas impulsoras del crédito y el gasto, y lanzar el ancla con mucha precaución para no naufragar en un posible recrudecimiento de la inflación, como sucedió en algunas naciones del área. Y ahí se estuvo largos meses. Cuando mermaron los vientos y la inflación bajó del 9 % al 2,5 %, las cosas comenzaron a cambiar, entre ellas, el empleo, que no depende exclusivamente de la Fed (otra gran lección), sino de un conjunto complejo de variables, algunas difíciles de ponderar.
El capitán sintió que las prioridades del doble mandato habían cambiado y que, al clarear los cielos del IPC, era hora de enfrentar los nubarrones laborales. Ahí fue cuando pronunció la famosa frase: “La hora de ajustar la política ha llegado. La dirección del cambio es clara, y el momento y ritmo de las reducciones de tasas dependerán de los datos entrantes, la evolución de las perspectivas y el equilibrio de los riesgos“.
Mar Caribe
En Costa Rica, el mar de fondo fue similar, pero con oleajes diferentes. El BCCR pudo otear el vendaval que se venía y actuó con más prontitud que la Fed. Como el índice de precios golpeó más duro (un 12,1 %), subió rápidamente la tasa de política monetaria (hasta el 9 %) y tomó otras medidas para contener la demanda agregada.
Cortó de raíz la hidra de la inflación, a riesgo del reproche de los grupos de presión. Los precios medidos por el IPC descendieron aceleradamente, ayudados por dos factores ajenos al BCCR: el equilibrio fiscal y la normalización de los precios internacionales, que mejoraron los términos de intercambio. Lógicamente, el tipo de cambio bajó. Además, el convenio con el Fondo Monetario Internacional ayudó a esclarecer la ruta de viaje.
Cabe aclarar que la verdadera inflación, la subyacente (más importante al juzgar las bondades de la política monetaria) nunca fue negativa, no contrajo la producción y el empleo y los salarios reales mejoraron en ese período, como evidencia el Informe de coyuntura del BCCR de julio.
Sé que algunos sectores y sus economistas han criticado al BCCR por el manejo de la crisis inflacionaria —lo cual es comprensible en una democracia proclive a debatir— y aún presionan por subir discrecionalmente el tipo de cambio en un mercado superavitario, lo que aumentaría la inflación en detrimento de los de menores recursos.
Aún añoran el proteccionismo cambiario de antaño. Sin embargo, el régimen de flotación adoptado en enero del 2015 sigue vigente. Gracias al faro encendido por la Fed en Jackson Hole, la política monetaria continuará avanzando hacia una mayor flexibilidad y neutralidad en las tasas de interés, con la mesura precautoria que la caracteriza, según ha definido la Junta en, por lo menos, tres de sus últimas reuniones.
El autor es economista y abogado.