Planes reguladores sin sentido
El anglicismo non sense (sinsentido), usado como adjetivo para calificar algunos de los planes reguladores vigentes o en trámite, es un eufemismo para evitar herir la sensibilidad de más de uno de los proponentes o de quienes los aprobaron.
Una cosa es la metodología científica y otra muy distinta es la razón conceptual con que se aplican ciertos métodos en la elaboración de los planes reguladores. Algunos tienen como fondo conceptual proteger al medioambiente de las acciones humanas; otros se basan en la filosofía de que el hombre debe protegerse de los caprichos de la naturaleza y prevenir catástrofes. Entre ambos conceptos se debate la gama posible de intermedios.
Casos concretos de ciencia mal aplicada a la regulación del espacio son las fallas tectónicas, y en particular aquellas calificadas de activas. La mayoría son dibujos en mapas sin que se haya comprobado científicamente ni su ubicación ni su geometría ni su actividad.
Entonces, tenemos aquí un ejemplo de ciencia mal usada por la administración (entiéndase municipalidad), que obliga a los administrados (entiéndase los habitantes) a hacer el trabajo que les corresponde.
Si mi lote se ubica dentro de la zona de 50 metros a cada lado de una de las fallas tectónicas supuestamente activas en un cantón (que insisto, son solo dibujos sin comprobación científica real y verificable), el municipio, en virtud de la aplicación del plan regulador, me mandará a realizar un estudio neotectónico que les demuestre si la falla existe o no en ese sitio, y aún peor, a demostrar si la susodicha falla está activa, ya que es la condición de actividad la que produce la restricción en el uso del suelo.
Otro ejemplo son las zonas de protección del recurso hídrico. En la propuesta del plan regulador del cantón de Belén, se establecen zonas de protección llamadas “intermedias”, que se fundamentan en el cálculo y la definición espacial, metodológicamente correctos, pero conceptualmente erróneos de los lugares de captura o del área desde donde fluye agua subterránea hacia pozos de uso público o manantiales.
Esto se calcula mediante parámetros de la zona saturada, parámetros de los acuíferos que usualmente se ubican a decenas de metros de profundidad y están aislados de la superficie por capas de materiales de muy baja permeabilidad que evitan la contaminación del agua.
Está bien el cálculo científico de esas áreas; lo que no está bien, conceptualmente, es regular el uso del suelo en la superficie con base en lo que ocurre en el subsuelo profundo. El agua subterránea que brota en los conocidos manantiales de Belén no viene de ese cantón; se infiltró hace decenas de años en las laderas del lado sur del volcán Barva y no en el cantón de Belén.
Además, si lo que se pretende al establecer tales zonas es proteger al agua subterránea de la contaminación desde la superficie, ¿para qué definir como limitaciones de uso del suelo la altura de los edificios, el tamaño de las aceras o las limitaciones del área donde se puede construir?
Si quiero proteger el acuífero de la infiltración de contaminantes desde la superficie, mejor lo cubro con concreto, así no percolará ninguna cantidad de agua. De todos modos, no ocurre en esta región particular de Heredia, que es mayormente de descarga y no de recarga de ningún acuífero, como ha concluido el Senara en algunos de sus estudios.
Ser funcionario no otorga infalibilidad, y no hay instituciones ni infalibles ni perfectas ni dueñas de la verdad, sobre todo aquellas que tratan con el medio natural, naturalmente heterogéneo y anisótropo.
Los llamados índices de fragilidad ambiental en que se apoya la mayoría de los planes reguladores producen mapas como el propuesto para Belén, en el cual los linderos entre zonas de diferente fragilidad coinciden con los linderos entre vecinos. El mapa propuesto es casi cuadriculado; es casi un plano de propiedades catastrales. La naturaleza no funciona así. Es un sinsentido, para no ofender.
Estoy de acuerdo en que la variable ambiental debe ser tomada en cuenta en la elaboración de los planes reguladores, pero no debería ser el único factor. En Europa, Norteamérica y algunos lugares de Centroamérica, aún existen pueblos con identidad arquitectónica, con sabor alpino, colonial o victoriano, gracias a que sus municipios se han preocupado por preservar esos rasgos. Pero no ocurre en estos lares, donde ya no existe casi ningún pueblo diferenciado por su sabor, color o arquitectura.
No tenemos Granada o Antigua, solo adefesios en la ciudad de Heredia, que hace tiempo perdió su aire y su belleza.
Roberto Protti Quesada es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).