Prometeo se jaló una torta
No tengo que ser Einstein para olfatear que a muchas personas la mitología de la Antigua Grecia las tiene sin cuidado. ¿Acaso alguien hoy cree en esos dioses y en que el monte Olimpo, una montaña cualquiera de un paisito europeo empobrecido, es la casa de los dioses? Nadie cree en eso, pero les cuento que, con todo y todo, esa mitología es lo más parecido al mundo imperfecto de nosotros, los humanos. Para empezar, los dioses griegos son pura tusa: celosos, infieles, angurrientos, avaros y se meten en cada enredo que hasta pena ajena da. Son como personajes de la vida real, solo que con superpoderes y, entonces, pasan jalándose supertortas.
Uno de los mitos que más me atraen es el de Prometeo, un semidios muy especial, encadenado y sometido a un tormento diario por órdenes de Zeus, dios padre de los dioses y de los humanos. ¿La razón? Robó el secreto del fuego y del conocimiento, que guardaban celosamente los dioses, y los compartió generosamente con los seres humanos. Con ese acto, en el que no exigió a cambio que se le adorara ni cosa por el estilo, dio origen a la civilización. Ni más ni menos.
Hasta ahí todo es un cuentazo, aunque lleno de suspenso. Lo interesante es que Prometeo procede cautamente con los humanos. Les da el conocimiento sobre el mundo y la capacidad de crear herramientas, pero no la facultad de conocer el futuro. Esa, por decisión de Prometeo, sigue siendo privativa de los dioses. A cambio, les deja la aptitud de tener esperanza en lo que viene, aunque el presente sea terrible. Una por otra.
La moraleja no es, sin embargo, sobre la esperanza ni exclamar: ¡Pues sí, todos sabemos que la esperanza es lo último que se pierde; no hay que ir a la Antigua Grecia para saber eso! Lo interesante del mito está en otro lado: en la afirmación de que, al fin y al cabo, lo único que tiene la humanidad a su favor es el conocimiento, su capacidad de entender cómo funcionan las cosas e inventar nuevas y mejores maneras de intervenir en el mundo. Pero como humanos imperfectos que somos, ese conocimiento es siempre limitado y perfectible.
Conocimiento: un tesoro. Y ahí es donde me gana la intriga: ¿por qué, si estamos en la época en que más se ha conocido sobre el mundo y sobre nosotros, crece como la espuma la influencia de la posverdad y el ataque a los saberes basados en evidencia? ¿Qué fue lo que Prometeo no hizo bien? Alguna torta se jaló.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.