Aplausos censurados por ignorancia
Como muchos viernes durante el año, asistí al concierto de la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional. En esta ocasión, el programa lo componían cuatro obras; dos de ellas en estreno nacional y otras dos icónicas de la música sinfónica: Concierto para violonchelo de Dvorak y El pájaro de fuego de Stravinski.
Noté cuán lleno se encontraba el Teatro Nacional en comparación con otras ocasiones, en las que me ha producido cierto pesar ver las butacas vacías, pese a lo exquisito del programa y al gran talento de los músicos, por ejemplo, cuando se interpretó la Sétima sinfonía de Beethoven.
Este viernes, la segunda obra interpretada fue el Concierto para violonchelo, y, al finalizar el primer movimiento, se escucharon aplausos provocados por la virtuosidad del chelista invitado. Sin embargo, los aplausos fueron interrumpidos por un irrespetuoso shhh, procedente de alguien en la luneta.
Sentí un gran enojo por la mala educación de ese shhh de alguien que probablemente se cree con mayor cultura. En menor medida, ocurrió lo mismo al concluir el segundo movimiento, y en este punto mi molestia tendía hacia la indignación.
Se habla con vehemencia de que la música sinfónica recupere su relevancia en nuestra sociedad. Además, se recalca la importancia de la creación de nuevos espacios para las audiencias, con el fin de despertar el apetito por esta música e incentivar tanto el consumo como la participación de los músicos, lo cual se materializa también a través de los conciertos escolares que realiza la orquesta varias veces al año.
Con ese objetivo, se han reducido los costos de los boletos para hacerlos asequibles y asegurar la estabilidad y la rentabilidad de la orquesta.
No puedo evitar cuestionarme si actitudes anquilosadas, como mandar callar a las personas, resulten contraproducentes y refuerzan la idea de que este tipo de música es para ciertos grupos reducidos que supuestamente son los únicos capaces de apreciarla.
En palabras del director venezolano Gustavo Dudamel, debemos “reparar en este paradigma que siempre existió, que la música clásica es para una élite, un grupo selecto de personas”. Además, en las grandes orquestas de otras latitudes se ha ido abandonando esa idea prohibitiva de aplaudir entre movimientos, por cuanto será la música misma la que cause la necesidad de aplaudir.
Movimientos sombríos terminarán en un signo de interrogación musical, expectantes de lo que sigue y que no producirán el impulso de aplaudir. De igual forma, hay música que cala profundamente en la persona y origina la reacción visible en los rostros, así como una urgencia de reconocimiento mediante el aplauso.
Además de ser una gran fan de nuestra Orquesta Sinfónica, he sido integrante del coro que la acompaña desde hace 11 años. Para mí, vale más el aplauso sincero, impulsivo y natural, lleno de asombro, que una pausa silenciosa e incómoda al concluir, seguida de un aplauso frío, corto y casi por compromiso.
La autora es abogada.