Fin del sueño democrático centroamericano
Hacia finales del siglo XX, la democracia era el sistema político-social más extendido en el mundo y parecía haber vencido a sus enemigos. Pero algo ocurrió en las últimas dos décadas, lo cual hizo que la democracia se encuentre en caída libre a nivel global.
Según el índice “Estado de la democracia liberal”, que emite cada año el Instituto V-Dem, de la Universidad de Gotemburgo, en 2023 el nivel de democracia en el mundo se redujo a los niveles de 1985, mientras que, desde 2009, la proporción mundial que vive en países autocratizados ha ido en aumento y ha eclipsado a la parte que vive en países en vías de democratización.
En América Latina, el índice señala un aumento de la democracia en un país grande como Brasil, mientras que otras naciones pequeñas se están autocratizando. En 2023, el Economist Intelligence Unit’s Democracy Index solo identificó dos democracias plenas en Latinoamérica: Uruguay y Costa Rica, que ocupan los puestos 14 y 17, respectivamente.
La mayoría de los países latinoamericanos fueron clasificados como “democracias viciadas”, regímenes híbridos, y algunas como regímenes autoritarios. Ese índice, además señaló, que el más grande retroceso en la democracia de esta región ha ocurrido en Centroamérica.
Del sueño a la pesadilla
A mitad de la década de 1990, Centroamérica parecía iniciar una nueva etapa en su historia al dejar atrás las guerras civiles en Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
Después de los acuerdos de paz, existía mucho optimismo sobre el futuro de la región, lo que motivó que se hicieran votos por la consecución de la democracia electoral y la consolidación de sociedades libres, las cuales eventualmente desarrollarían modelos de inclusión social.
Ese anhelo se puede observar en los informes del estado de la región (IER), desarrollados desde Costa Rica por el Programa del Estado de la Nación.
El primer IER, publicado en 1999, fue el más esperanzador, pues afirmaba que ninguno de los conflictos militares que desgarraron Centroamérica en 1988 perduraba en aquel momento. Ciertamente, había dudas y el informe fue cauto al advertir que sería un gran desafío enraizar la democracia en la región.
Así fue; en el inicio del siglo XXI, parecía que la democracia se estaba reduciendo a una noción puramente electoral, sin cambios en la distribución de la pobreza y que el modelo que había acompañado la transición democrática no ofrecía el necesario respaldo económico para legitimar las instituciones democráticas.
Eso llevó al investigador Edelberto Torres-Rivas a preguntarse: “¿cuánta pobreza soportará aún nuestra democracia electoral?”
En 2008, apareció el tercer IER, y ya para ese momento, era claro que las transiciones políticas habían producido “sistemas mixtos o híbridos, insuficientemente democratizados”, además de que los índices de democracia internacionales habían precisado que cuatro de las democracias electorales centroamericanas eran “parcialmente libres” o calificaban apenas como “semidemocracias”.
La democracia estaba en vilo: no solo no se habían fortificado las instituciones democráticas, sino que los pactos políticos dentro de algunas élites habían llevado a minar el camino hacia la concreción de verdaderas democracias políticas, mientras que el sueño de democracias sociales era ya una quimera.
En 2011, el cuarto IER destacó que, más de 20 años después de las icónicas elecciones de Nicaragua en 1990, las grandes esperanzas del pasado parecían ahogadas: el control civil sobre el poder militar seguía siendo débil, persistía la politización de las autoridades electorales y la falta de controles sobre el financiamiento a los partidos políticos.
La Centroamérica que se decantó durante la segunda década del siglo XXI se puede caracterizar por la continuidad de las estructuras de desigualdad, pobreza y exclusión social, por la afirmación de la violencia social, por el tremendo problema del narcotráfico y por el crecimiento de la desconfianza en el valor de la democracia como sistema de organización sociopolítica.
Frente a los problemas sociales, la ciudadanía ha apostado por dudar del sistema democrático.
El sexto IER vio la luz en 2021 y destacó que Centroamérica vivía un proceso de “desdemocratización” que tendía a agudizarse.
La democracia centroamericana no había generado más adeptos en los países que habían transitado de las guerras civiles a la paz en la década de 1990, mientras que, en Costa Rica, “los fieles demócratas migraron hacia el escepticismo y la ambivalencia, mas no necesariamente al eje de la antidemocracia”.
Futuro incierto
Las incertidumbres socioeconómicas y el crecimiento del crimen y la violencia han sido exitosos para alimentar actores políticos regionales, quienes han encontrado en el autoritarismo y el conservadurismo dos exitosas herramientas para ganar votos.
En Nicaragua, después de su triunfo electoral en 2005, la dupla Ortega-Murillo tomó completamente el Estado nicaragüense, los medios de comunicación y consolidó su poder y control sobre organizaciones sociales, el Ejército, la Policía, y una gran parte del sector empresarial.
Murillo fue elegida vicepresidenta en 2016 y, gracias a una serie de enmiendas constitucionales aprobadas en 2024 por la Asamblea Nacional, a inicios de 2025 comenzó a ser presentada como copresidenta de Nicaragua.
Bukele llegó a la presidencia de El Salvador en 2019. Su triunfo se debió a una estrategia de presentarse como un outsider de la política nacional, joven enfrentado a los vejestorios políticos de derecha y de izquierda, cristiano, quien prometía recuperar el país de las mafias políticas, de la corrupción y del crimen organizado.
Al verse en el poder, cambió su estrategia y se concentró en el problema de seguridad ciudadana, y se benefició de la declaración de un estado de excepción que le dio múltiples poderes para consolidar su deriva autoritaria.
El 4 de febrero de 2024, a pesar de que se lo impedía la Constitución, Bukele fue reelegido como presidente, con una aplastante mayoría que le dio el 85% de apoyo del electorado. Como parte de su reforma, logró reducir los escaños en la Asamblea Legislativa de 84 a 60 y el número de alcaldías de 262 a 44.
En Costa Rica, Rodrigo Chaves ganó la carrera electoral de 2022 con un discurso similar al de Bukele, con el que atacó a los partidos tradicionales, a la prensa, a las élites políticas y se presentó como ajeno a esa política y como su redentor.
Eso ocurre en un momento difícil para la democracia costarricense, pues exhibe altos porcentajes de abstencionismo electoral, lo que implica un bajo apoyo a los ganadores de las contiendas electorales, una desazón y hastío hacia los partidos políticos y una Asamblea Legislativa muy heterogénea con poco éxito en lograr consensos políticos.
Estas consideraciones, a las que se puede sumar el caso de la presidenta hondureña Xiomara Castro, han llevado a científicos políticos de la región a plantearse la pregunta de si existe una ola populista en Centroamérica y responderse afirmativamente.
Así, a mitad de la década de 2020, Centroamérica es clasificada como una región peligrosa, con regímenes autoritarios o donde la democracia no se consolidó y su única “democracia plena” sigue siendo Costa Rica, aunque esta nación no está vacunada contra el apocalipsis autoritario y violento que vive Occidente.
David Díaz Arias es profesor catedrático de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica (UCR).