En piedra o en arcilla
El Centro de Patrimonio Cultural hizo una exhortación a las municipalidades de Heredia, San José, Oreamuno y otros cantones, para conservar las aceras de piedra que se construyeron en los siglos XIX y principios del XX: estas constituyen una bella y sólida herencia histórica sobre las que, literalmente, podemos poner nuestros pies.
La solicitud adquiere mayor relevancia cuando observamos que construcciones de gran valor histórico han sido demolidas o corrieron la suerte del Teatro Variedades, un inmueble que estuvo abandonado durante diez años y cuya bella fachada de elementos barrocos es y sigue siendo un estigma de suciedad y descuido.
Junto a estas construcciones físicas, existen también prácticas o costumbres que, en un pasado reciente, fueron esculpidas en piedra y ahora no son otra cosa que guijarros dispersos en la orilla de la cambiante corriente de los tiempos.
Algunos buenos hábitos que creíamos escritos en el resistente mineral hoy permanecen débilmente cincelados en el interior de muchas personas. Por ejemplo, el decir un alentador “buenos días” a los extraños con los que uno se cruza en la calle causa perplejidad en muchos de ellos, y la solidaridad corrió caño abajo un día en que extrañé que alguna mano me socorriera para saltar una cabeza de agua que en octubre pasado se me echó encima en una pendiente de la avenida segunda.
Hay otras concepciones que dichosamente fueron removidas del empedrado cultural costarricense y que propendían a una vida encuadrada, una especie de existencia en la que cada piedra del camino se fijaba sobre un suelo de conformidad y limitadas expectativas. Es así como la mujer ya no es aquella figura pétrea enfundada exclusivamente en un atuendo doméstico y sus aspiraciones, cimentadas en sus capacidades y logros, son hoy una incuestionable realidad en el desempeño de distintas profesiones y actividades.
A pesar de que en estos líquidos tiempos, viejos paradigmas han sido arrojados al escurridero de lo obsoleto, hay algunas conductas que convendría permanecieran escritas, si no en piedra, al menos labradas en el espíritu de los individuos y en el de quienes ocupan puestos de autoridad y gobierno. He usado la palabra “labrar” porque desarrollarlas implica tiempo y pulimento interior y no constituyen regalías derramadas gratuitamente sobre nosotros.
No es necesario ser un observador perspicaz para darse cuenta de que, en muchos casos, la piedra en que fueron tallados los comportamientos deseables fue sustituida por la arcilla, es decir, por un material frágil que, debido a su plasticidad, puede ser fácilmente manipulado. A la arcilla puede dársele muchas formas, y los maestros y maestras de la manipulación abundan entre nosotros en la vida privada y pública. Transforman virtudes como la convicción y la seguridad en el hablar (que son hijas de la verdad y no del envanecimiento) en una vociferación de agresiones que se descargan sobre cónyuges, colegas de trabajo y funcionarios públicos.
Con la greda de su egocentrismo, estos discípulos de la soberbia modelan una vasija con un cuello tan estrecho que por él solo pueden pasar sus razones y deseos. De la piedra también han sido desprendidas a golpes inscripciones que hablan de la prudencia, la ponderación y el respeto, y con sus restos han conformado una arcillosa mezcla de temeridad, menosprecio a la vida y violencia que han dejado un feroz legado de sangre en hogares, calles y carreteras de nuestro país y, en el ámbito político, un opresivo ambiente de intimidación que calla bocas e inclina cabezas bajo amenaza de despido o descalificación de quien se atreva a disentir.
Una de las propiedades de la arcilla es que cuando se le calienta a más de 600 grados, adquiere dureza. Guardo la esperanza de que ningún otro costarricense sea tentado a endurecer con más fuego la áspera callosidad que se ha adherido en el alma de muchos ciudadanos,la cual consiste en mirar como habituales (y casi inevitables) execrables conductas privadas y públicas. Porque del mismo modo que nos enorgullecemos de los principios y valores con los que está empedrada la vía histórica de Costa Rica, también corremos el peligro de que se convierta en una inconsistente y arenosa arcilla en la que resbalen las esperanzas de un futuro mejor para la nación y en el que ningún ciudadano tenga seguro el paso.
alfesolano@gmail.com
Alfredo Solano López es educador jubilado.