No son solo ‘trends’ de TikTok: la reacción antifeminista se cuela tanto en el Congreso como en la alfombra roja
Las políticas antiaborto promovidas por Donald Trump y el desfile de mujeres delgadísimas con vestidos poco arriesgados en los últimos Óscar podrían parecer dos sucesos independientes, pero no lo son. No solo porque ambos acontecimientos estén insertos en un momento de reacción antifeminista y auge de la extrema derecha sino porque buscan, en última instancia, la desaparición de las mujeres de la esfera pública. Ya sea devolviéndonos al hogar con maternidades no deseadas, ya sea con vestimentas discretas y cuerpos casi imperceptibles que nos obliguen a pasar desapercibidas.
Que en momentos de progreso femenino se desencadena una reacción conservadora ya lo contó Susan Faludi en los 90 en su magnífico ensayo Reacción. En él explica que frente a las pequeñas victorias que se iban logrando, el miedo a que fuese posible que llegásemos a alcanzar una igualdad plena desencadenó una reacción masculina furibunda. Así se pergeñó la gran mentira de que el feminismo nos hacía más infelices. Faludi señala que la propaganda iba encaminada a demostrar que “los cambios que supuestamente mejoraron la condición de las mujeres en realidad resultaban nocivos para ella”. De repente, todo eran estudios, publicaciones y artículos sobre las dramáticas secuelas del aborto, estadísticas alarmantes sobre una epidemia de infertilidad femenina y datos desesperanzadores sobre la incapacidad de encontrar una pareja y, por tanto, morir solas.
La industria de la moda no era ajena a la agitación del momento. Susan Faludi da cuenta de cómo muchas revistas quisieron capitalizar el traje femenino equiparando esa masculinización de las mujeres con el éxito en el mercado laboral. Una no solo se vestía para ir a trabajar y representar un papel de formalidad, inteligencia y saber hacer, sino que mostraba sus ambiciones. Todo ello estaba vinculado con el estatus de masculinidad que otorgaba precisamente un conjunto de esas características. Pronto, esas mismas revistas desecharon el concepto mismo que habían acuñado y difundido porque, según Faludi, no resultaba rentable que las mujeres solo necesitasen una prenda de vestir.
Y esto es de lo que vengo a hablar: de cómo la reacción antifeminista no se refleja solo en la política pura y dura, que sé que es lo que se considera verdaderamente intelectual, sino en el mainstream, que suele ser objeto de mucho menos análisis por considerarse frívolo y superficial. Sí, aunque no lo creas, hay una línea de puntos que conecta las leyes antigénero que se están aprobando en diferentes lugares del mundo y los trends de TikTok sobre los que haces scroll compulsivamente.
- El investigador del CSIC Alejandro Tirado, coautor de este paper sobre el rol de los influencers en los discursos feministas y antifeministas, explica que “los trends que reproducen roles más tradicionales tienen más participación”. “En aquellas publicaciones de contenido neutral el nivel de participación era del 11%; si el contenido era sobre feminismo, del 9,4%; y si el contenido era antifeminista o reaccionario, el engagement subía al 40%”, añade.
Make up-no make up, clean girl o la mentira de la naturalidad
No hay ningún problema en que una quiera maquillarse menos, sobre todo cuando en ciertos ámbitos todavía es una exigencia, pero cuando esto se convierte en una tendencia generalizada y aplaudida, hay un mensaje detrás y es el del recato. Las mujeres de la alfombra roja de los Óscar iban engalanadas y maquilladas, sí, pero la mayoría de los looks hacían, digamos, bostezar. Brenda Otero, periodista especializada en moda y belleza, cuenta que “hubo vestidos que enseñaban bastante, pero, incluso así, resultaban aburridos”. “Los estilismos no transmitían nada porque estamos en un momento en el que a las mujeres no se nos permite mostrar emociones, especialmente ni ira ni rabia”, añade. Las mujeres experimentamos menos con nuestra propia imagen, y somos menos osadas, porque el precio a pagar por ser la nota discordante, en un momento de hipervigilancia masculina, es muy alto.
Una de las cuestiones que destaca Otero es cómo se instrumentaliza la feminidad para castigarnos: “Se busca que no podamos cometer ningún error, que todas parezcamos iguales, que no haya caos, que seamos estáticas y que no cambiemos”. Millie Bobby Brown denunciando que no le permiten crecer es un buen ejemplo de ello. La actriz, conocida desde su preadolescencia, mostró un look más exuberante del habitual. Rubia, escotada y con un maquillaje ostentoso. Faltó tiempo para que varios medios de comunicación se preguntaran qué se había hecho en el cuerpo y en la cara porque de repente ya no parecía una niña sino una señora mayor. Lo imperdonable de Bobby Brown, en realidad, era mostrar de forma desacomplejada la artificialidad de su look. El maquillaje permite cambiar, algo que a mí personalmente me parece liberador, pero para muchos hombres, en cambio, es un ultraje precisamente porque resulta perturbador: aquello que es cambiante resulta incontrolable. Resultamos, en definitiva, indomables.
Así que cuando parte del feminismo compra el mensaje de que maquillarse —o cualquier intervención estética— es algo malo y nos relega al rincón de las alienadas patriarcales, tenemos un problema. Proclaman que no debemos desnaturalizarnos, que es algo que en realidad incomoda profundamente a la mirada masculina, pues para ellos es una máscara que usamos para ocultar nuestra verdadera fealdad. “Me molesta cuando nos dicen: ‘Sé tú misma’. Pero es que yo no sé quién soy y quizá el maquillaje me ayuda a descubrirlo. Además, no soy la misma siempre”, responde Brenda Otero.
Los trends de TikTok que proponen una expresión femenina lo menos intervenida posible celebran, en el fondo, no solo que no podamos cambiar, sino que nuestra expresión no sea ruidosa, sino silenciosa. “El clean girl o el make up-no make up busca que haya una naturalidad que es profundamente artificial, porque lleva muchas horas de trabajo, pero sin que se note. Por eso los únicos procedimientos estéticos que ahora se consideran admisibles son los indetectables”, analiza Brenda Otero. De nuevo, no se permite la excentricidad, sino lo mudo, lo sosegado. Por eso, cuando la masculinidad busca que seamos trad wives que cocinan, dan a luz y crían luciendo siempre inalterables, limpias y con la misma talla, no nos está permitiendo evolucionar. Y cuando desde el feminismo se nos insufla culpa por someternos a intervenciones corporales, en realidad el efecto es el mismo: se nos niega la capacidad de transformarnos a nuestro antojo.
Me gusta lo que dice la directora de cine y trabajadora sexual Anneke Necro: “Cuando todas podemos ser unas putas, la moda invita a que no vistas como una puta para diferenciarte de ellas”. La autora de Deseo disidente denuncia que “la línea entre ser y parecer es muy fina”: “Si llevas determinada ropa, si viajas sola, si estás de noche en la calle sola… pueden sospechar de ti. Y eso implica, en países donde se están aprobando leyes que criminalizan a las trabajadoras sexuales, que te puedan deportar o incluso echar de tu piso para que al casero no le acusen de proxeneta”.
Big boy, small girl: pequeñitas y manejables
Dice Susan Faludi en Reacción que la feminidad aceptable es aquella “estática e infantil”, “como la bailarina de una caja de música antigua, con rasgos inmutables, diminutos y aniñados, su voz tintineante, su cuerpo clavado en un alfiler, girando en una espiral en la que nunca crecerá”. En definitiva, pequeñitas y manejables.
No es casual que uno de los trends más reproducidos sea el de big boy, small girl. En él, la pareja de turno muestra la diferencia de altura, peso y complexión que hay entre el chico y la chica. Ella es pequeñita, y él es grande. Tanto, que puede cogerla en sus brazos y alzarla por encima del hombro. Al hilo de esto, la periodista Sara Riveiro, especialista en redes, recuerda el momento en que se hizo pública la relación entre Taylor Swift y Travis Kelce: “Muchas mujeres empezaron a subir vídeos sobre lo contentas que estaban porque al fin tenía un novio más alto y grande que ella. Taylor es bastante alta y hasta entonces, sus novios habían sido de su altura o incluso más bajitos, así que, de repente, Travis le permitía ser pequeñita, como si debiese ser la mayor aspiración de las mujeres. Al final es promover la idea de que tenemos que ser indefensas e incluso disfrutar de nuestra indefensión”.
La escritora y pensadora Sophie Lewis, autora de ensayos brillantes como Abolir la familia, Otra subrogación es posible y Feminismos enemigos, contextualiza este resurgir de la feminidad tradicional al señalar el miedo a que el concepto “mujer” sea más inestable al no estar ya arraigado “en la inocencia”. “La nostalgia inspira el deseo de volver a una época imaginaria en la que la feminidad era un asunto ‘sencillo’, no afectado por desafíos como el anticolonialismo, la crítica racial o el transfeminismo”, añade Lewis.
No one leaves: la pareja eterna como solución a la soledad
Dice Sophie Lewis que hay “una instrumentalización del miedo a la soledad” que sirve para presentar como solución “la pareja y la familia nuclear”. Sin embargo, como señala Sophie, “estos ‘valores familiares’ paradójicamente crean y afianzan esa misma soledad”. Si te centras solo en una pareja con la esperanza de no morir sola, entonces no estás dedicando tiempo a conocer a otras personas, generar otros vínculos y cuidar los que ya tienes. Expandir los lazos afectivos es la única forma de combatir la soledad, en vez de volcar todas las expectativas en una única persona.
Uno de los trends que para Sara Riveiro ejemplifican esta idealización de la pareja monógama para toda la vida es el de no one leaves: “En la película Vaiana, ella canta que aunque sea una princesa, se quiere ir de la isla y explorar el mundo. Pero le dicen que no puede hacerlo, que se tiene que quedar. Y lo hacen cantando: ‘And no one leaves’ (‘y nadie se va’). Hubo un montón de parejas heteronormativas presumiendo de que su relación no se iba a acabar jamás, y lo hacían usando esta frase de la canción de Vaiana en sus vídeos, a modo de amenaza pero riéndose”.
La especialista en redes recuerda que el carácter aparentemente divertido y fresco de la plataforma se ha usado para “disfrazar de revolucionario y contracultural las posturas más peligrosas, romantizando el ser una stay at home mommy, depender económicamente de tu marido o aguantar con tu pareja hasta el fin de los tiempos”.
Apego, crianza respetuosa, lactancia materna: el lenguaje perverso de la maternidad tiktoker
La idealización de lo natural supone un rechazo frontal a lo considerado artificial, aunque en realidad son dimensiones inseparables. Lo natural hace unos siglos era morir en el parto, desgarrarse de dolor o tener diez hijos, de los cuales fallecerían tres por alguna enfermedad incurable. Entiendo que la medicina androcéntrica ha priorizado a menudo la comodidad de los médicos, cometiendo barbaridades a las que hoy nombramos como violencia obstétrica. Pero de ahí hemos pasado a dar el pésame a las mujeres que tienen que dar a luz por cesárea programada o por inducción, a tratar de parturientas de segunda a las que usan epidural y no han aprendido la técnica del hipnoparto, y a juzgar a las madres que no quieren dar teta y prefieren biberón de fórmula.
El hecho en sí de que se hable de “lactancia materna o natural” frente a “lactancia artificial” dice mucho de cómo se ha trazado una demarcación totalmente ficticia para crear maternidades mejores y peores, una jerarquía que va de lo aceptable a lo no aceptable. Para empezar, la lactancia de teta a menudo es exitosa porque se utilizan artilugios como el sacaleches, que es, literalmente, una forma de intervenir el cuerpo con un artificio para mejorar la producción de leche. En este sentido, la periodista Alba Correa, especializada en moda y feminismos, habla de lo chantajista que puede resultar el lenguaje: “Los discursos actuales son prescriptivos y peligrosos porque juegan con la culpa. Son discursos en los que hablan, por ejemplo, de ‘crianza respetuosa’, por tanto, si tu crianza es respetuosa, significa que las demás no lo son. Lo mismo con el apego; si tu maternidad es con apego, significa que las demás maternidades son desapegadas. Es injusto porque están utilizando un nombre amplio y generoso para designar prácticas muy concretas en realidad”.
El abismo de TikTok, ya incluso desde la gestación, es interminable: qué comer embarazada de cuatro meses, qué ejercicios hacer en el primer trimestre, cómo prepararte para el parto, cómo aprender a respirar, qué llevar en la maleta al hospital, visitas a paritorios, cómo preparar la habitación del bebé, cómo mejorar la producción de leche, cómo estimular el pecho de manera natural, qué comer durante la lactancia, cómo introducir los alimentos sólidos en la dieta del bebé, cómo evitar que el bebé se asfixie, señales de que el bebé podría tener altas capacidades, cómo estimular el desarrollo de tu bebé. Siempre hay algo nuevo que aprender y siempre hay una única manera correcta de hacerlo.
La preocupación constante que promulgan estas maternidades tiktokers no me parece ni mucho menos casual. En suma, suponen un alineamiento con los postulados más reaccionarios que buscan ubicarnos en la identidad unívoca de madre y mantenernos absurdamente ocupadas, como Ballerina Farm. Me niego a afirmar que la maternidad sea la tumba de la libertad de las mujeres. Pero, desde luego, mientras sigamos haciendo crecer la infinita lista de necesidades que atender del bebé, no habrá ni tiempo ni espacio para atender nuestra propia liberación.
La periodista Brenda Otero me dijo algo que me gustó mucho: que la prenda básica y aparentemente neutral va a pasar de moda mucho antes que aquella que puede resultar estrafalaria y extravagante. Porque la primera, en realidad, está mucho más sujeta a los códigos imperantes del momento. Con los derechos ocurre algo parecido. Tratar de conformarse con una tibieza momentánea con la esperanza de que así consigamos mantener lo logrado solo es un espejismo. Como explica el politólogo Alberto López, la reacción antifeminista “no es natural, no es que cuando hay un periodo de progreso, obligatoriamente la historia nos obligue a pendular hacia el otro extremo”. “Hay una coordinación transnacional clara e identificable a través de organizaciones antigénero que se dan la mano con partidos políticos”, añade.
Uno de mis vestidos favoritos de los Óscar fue el que llevó Rosalía. Estilo victoriano pero con transparencias. Es decir, tan salaz como púdico. Sucio y limpio a la vez. Como la moral contradictoria de la época. Su diseñadora, Dilara Findikoglu, dijo que sus creaciones no nacían de una reacción a lo que hacen y dicen los hombres sobre la feminidad, sino que trata de concebir su propio universo femenino. Quiero pensar que incluso cuando tratan de restringir nuestra libertad con límites celosamente custodiados —a nuestra sexualidad, a nuestra forma de maternar, a nuestra forma de vestir—, podemos invocar nuestra autonomía. Y ese reclamo puede empezar con cómo sales a la calle vestida hoy.