La razón sin esperanza
“La razón no puede prosperar sin esperanza, ni la esperanza expresarse sin razón”, según nos advertía Ernst Bloch. En estos días, volvemos a comprobarlo con ocasión de la campaña electoral para las catalanas del 14-F, donde es imposible atisbar probabilidades de prosperidad para la razón examinando los sondeos demoscópicos donde quedan descartados resultados en las urnas que pudieran articularse para la formación de un Govern de la Generalitat integrador, que rebasara el sectarismo excluyente y supremacista de quienes quieren “volver a hacerlo” y que, por el contrario, confirman que “las coherencias tontas son la obsesión de las mentes ruines”.
A la recíproca, la esperanza ciega, de la que parecen impregnados los voluntaristas inquebrantables, aferrados como están a esas convicciones que crean evidencias, tampoco se expresa en términos razonables. Los candidatos que en esta campaña del 14-F prefieren la lucidez al embotamiento y anteponen la razón práctica a la visceralidad se ven abocados a certificar que su reino no es de este mundo, ni su balconada principal se abre sobre la plaza de Sant Jaume, a la manera de la del Palau de la Generalitat. Así que, vistos los cuatro años de padecimientos que nos ha propinado el presidente Donald Trump desde la Casa Blanca, visto el asalto al Capitolio de Washington del día 6 de enero, leídos Coetzee y Röpke, queda comprobado que en el caso de Cataluña también se observa que “un país puede engendrar sus propios invasores bárbaros”.
Nos encontramos en un momento en que la gente se fía más de sus sentimientos que de los hechos, como ha sostenido en su entrevista de despedida, Marty Baron, hasta ahora director de The Washington Post, y además, la consecuencia más importante de la teoría emotiva afirma la imposibilidad de alegar razones relevantes en pro o en contra de un juicio moral. Súmese que estamos enredados en las redes sociales que sacan lo peor de nosotros y nos insertan en un mundo de hinchas, pornografía, mediocridad y paranoia bien descrito por Ross Douthat en su libro sobre la decadencia sostenible en que vivimos.
El seny y la rauça son para las ocasiones. Y argumentar, en una campaña como esta del 14-F con la inutilidad de la justa defensa de una causa perdida, dejaría intacta la cuestión de su justicia y que el valor de la libertad tampoco se reduce a la utilidad de sus consecuencias. Para Kant, quien de veras valora la libertad es quien está dispuesto a cualquier sacrificio por conseguirla o preservarla y don Quijote instruyó a Sancho acerca de la libertad como “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. Sepamos, pues, que en este envite hay un compromiso diferencial que afecta de una parte a quienes se sienten enrolados al servicio de la causa independentista y de otra, a los que se resisten a ser engullidos por el supremacismo que se les viene encima. Se sugiere una revisión de los apuntes de Elías Canetti y prestar particular atención:
-al partido de los subordinadores, el partido principal
-a los equilibristas de la verdad
-a la indignidad de los ataques que confieren dignidad
-a la suciedad como confusión
-a ganar amigos por partida doble, entre quienes se odian mutuamente
-a los almohadones de fama para asfixiarse
-a las verdades a las que uno no se ha atrevido
-al empleo de idiotas como consejeros ficticios
-al agradable momento en que un odio deja de existir
- al interés que revisten los prejuicios en los hombres importantes
-a valorar la ofensa en la medida que obliga a reflexionar
-a que, al final, nadie encuentra el camino hacia la austeridad del principio