El otro día comí en Portuetxe, restaurante donostiarra que no conocía y al que prometo volver en peregrinación siempre que me resulte posible. Reconozco que, por una vez, disfruté mucho. La gente que comemos fuera casi cada día llegamos a un punto abúlico e insoportable en el que ya nada te sorprende porque todo es más o menos lo mismo, todo está más o menos bien, más o menos mal, más o menos martes y más o menos viejos. Nada te agrada ni tampoco te incomoda en exceso. Hace años que no miro una carta y muchísimo menos un código QR... Читать дальше...