Las últimas horas de vida del presidente Antonio Maura en la futura casa de Franco donde murió repentinamente
En los últimos años, el Palacio del Canto del Pico ha sido noticia por diferentes motivos. El último, en febrero, cuando se hizo pública la intención de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Torrelodones de hacer una permuta de terrenos con su dueño para abordar un plan de rehabilitación integral del edificio construido por José María del Palacio y Abárzuza, conde de las Almenas, entre 1920 y 1922.
Su historia también ha sido revisada en varias ocasiones. Los trabajos realizados por los maestros canteros de la zona de Torrelodones, su utilización como cuartel desde el que Indalecio Prieto y el general Miaja dirigieron a los republicanos en la batalla de Brunete y su conversión en la residencia de recreo de Francisco Franco tras la Guerra Civil. Tras su muerte, vivió allí Jimmy Giménez-Arnau con su entonces esposa, María del Mar Martínez-Bordiú, nieta del dictador. Pero desde que el matrimonio lo abandonó, el palacio dejó atrás el esplendor que le llevó a ser declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en 1930.
El emblemático inmueble aparece desde hace años abandonado y en un estado lamentable debido a los actos vandálicos y al incendio que sufrió en 1998. Es como un ‘fantasma’ anclado en la roca más alta de Torrelodones, cerca de la carretera de La Coruña, sin que la mayoría de los españoles sepan que en su interior, además de los mencionados, se produjo la extraña y repentina muerte del presidente del Gobierno Antonio Maura el 13 de diciembre de 1925. Se encontraba fuerte y feliz de visita en el Canto del Pico y, de repente, se desplomó. «Estoy como cuando tenía treinta y cinco años», comentó cinco días antes.
En la víspera había presidido una reunión con el ministro Juan de la Cierva, quien aseguró que le vio muy bien de salud. «Se encontraba el ilustre ex presidente muy bien de salud. Estuvo como en sus mejores tiempos, exponiendo luminosas ideas durante la discusión de tres horas», aseguró ABC. Al terminar, contaba el también pionero de la aviación que estaba muy contento de ver a Maura en tan buena forma y estado de ánimo, así que se acercó a felicitarle y este le respondió: «Lo que hemos hecho hoy no lo verán terminado ni nuestros nietos. Desde luego, se necesitaría vivir mucho tiempo para verlo, aunque yo creo que todavía viviré bastante». Tenía 72 años.
Su último día
El domingo que murió se levantó muy temprano para irse a pasar el día al campo. Primero fue a misa, se confesó, desayunó y a las 8.30 cogió el coche y se dirigió con su hermano Francisco, que era pintor, a Torrelodones. Habían sido invitados a pasar el día en el Canto del Pico. Su mujer se quedó tranquila, porque allí contaba con teléfono por si tenía que llamarla. En cuanto llegó, el expresidente charló un rato con el conde de las Almenas y se retiró a la azotea para entregarse a su verdadera pasión: la pintura. Estuvo tres horas realizando una acuarela del paisaje y, antes de darle los últimos toques, se desprendió de la manta con la que se había protegido de la humedad y fue a buscar a su anfitrión.
«No sé qué tengo. He debido de enfriarme. Se me han quedado los pies y las manos completamente fríos», comentó. No estaba preocupado, porque cambió de tema como si nada: «Estoy contentísimo. Acabo de pintar la mejor acuarela de mi vida». Y continuó charlando un rato con el conde sobre los últimos libros que se habían leído. El expresidente del Gobierno se refirió a su inclinación por la obra de Vicente Blasco Ibáñez, autor de ‘Los cuatro jinetes del Apocalipsis’. Entonces su anfitrión le invitó a dar un paseo, pues el día era hermoso y lucía el sol.
«A las 12.30 descendió la escalera acompañado del conde y, al llegar a los últimos escalones, exclamó: ‘¿Sabe usted que no veo?’. Esas fueron sus últimas palabras. Su anfitrión creyó que se refería a la falta de luz y le advirtió de la presencia del escalón que quedaba y no se divisaba bien. Maura no contestó, porque, falto de vida, se desplomó lentamente en los brazos de su acompañante, que gritó pidiendo ayuda a las personas de la casa. Estas acudieron con toda presteza y fue trasladado a un lecho, pero al reposar el cuerpo en este, ya había dejado de existir. Su hermano acudió rápido y sufrió la dolorosísima impresión», concluyó ABC.
Al día siguiente, la mayoría de los periódicos españoles publicaron aquella última acuarela que no le dio tiempo a retocar.