La gran sustitución
Estudió un año de ciencias biológicas y dos de psicología. Está lejos de los 30, pero ya es el director general de una empresa que vende juguetes en línea y que acumula mil 500 pedidos mensuales de todo México, sin tener un local. Todos trabajan desde su casa.
Este muchacho que fue diagnosticado con T.D.A. y medicado por esa circunstancia, administra un equipo de 25 personas en una empresa fundada por sus amigos y que en su nueva etapa tecnológica apenas cumplió un año.
Él responde puntualmente como metralla a preguntas concretas como ¿Cuál es tu CAC dentro de sus KPIs? Al tiempo que describe la figura de Marvel más vendida en su catálogo virtual. Entiende cada parte de la operación de esa startup que pronto podría quitarle el negocio a varias jugueterías nacionales todavía basadas en la oferta mediante anaqueles en un centro comercial. Prometo detalles posteriormente.
Lo que vale la pena destacar de su caso es que su perfil encaja en el de inquietos desequilibrados que cambian el mundo, guiados acaso por Elon Musk, y su negocio puede ser un ejemplo de la llegada de la ola de sustitución.
No importa con quién de ellos hablen ustedes, los líderes de las startups evitan reconocer lo que representan: sus compañías sustituyen a otras empresas que en el pasado dominaban actividades específicas.
Lo más visible ya lo conocemos. Pregunten a un hotelero si está cómodo con Airbnb. Cuestionen a los banqueros sobre cómo se sienten con la llegada de Nu a México.
¿Crees que les importa a los fondos de capital privado el crecimiento económico? Me preguntó un amigo recientemente. No tuve que imaginar la respuesta. Me han dicho que no.
El 4.1 por ciento de crecimiento en el PIB mexicano para 2022 prometido por el secretario de Hacienda Rogelio Ramírez de la O es un dato que irá a dar a la hoja de cálculo de analistas financieros y de varios en Palacio Nacional.
¿Pero qué más da, si lo que pretenden muchos es tomar un pedazo de esta economía en la que cada año se mueve 1 billón de dólares? Un millón de millones en México, cada año.
Ayer expuse aquí que en Latinoamérica solamente, existen mil 500 fintechs que son empresas que aspiran a quedarse con una parte o con todo el negocio bancario. Tal como lo hace Nu, banco brasileño creado apenas en 2013 bajo la lógica de las fintech y que ya vale casi lo mismo que BBVA.
Todo lo que tuvo que hacer Nu es darle al cliente su lugar, no un boleto de número en la fila. Por eso, seguramente, Berkshire Hathaway, de Waren Buffet, ya invirtió en la compañía.
Muchos perciben estos casos como anecdóticos. No en Softbank, una gigantesca empresa japonesa con fondos provenientes de todo el mundo, incluyendo capital árabe.
Esa compañía ya entró a México para invertir en empresas que sí tienen el ADN de sustitución de proveedores ineficientes de casi cualquier cosa.
A los japoneses les interesa “hacer mejor a la sociedad”, dice su eslogan.
Lo hacen invirtiendo en canales específicos: “Nuevas experiencias” relacionadas con la conectividad entre las personas; transporte, la gente ha cambiado su modo de moverse; uso del dinero, ahora que la digitalización de las monedas es total en países nórdicos y asiáticos, amén de algunos que se aventuran incluso con criptomonedas; inteligencia artificia ¿ustedes qué hacen con los datos de su compañía? Otros los ordenan y los usan para que se encarguen del servicio al cliente; coexistencia con robots, es algo que interesa a los japoneses desde siempre y más ahora que los tenemos hasta en la cocina (quien esté libre de pecado que aviente la primera Thermomix).
Bajo esa lógica, Softbank invirtió en México en empresas como GBM, que simplificó la inversión en acciones en el mercado de valores, con una aplicación útil en un smartphone que orilla a la esquina a las tradicionales casas de bolsa.
También en Kavak, la compañía que intenta erradicar la informalidad en la venta de coches, ofreciendo un catálogo de autos usados en línea, que luce eficiente frente a esos espacios en lotes y agencias, en donde destaca la palabra “seminuevos”.
Internacionalmente, Facebook y Google sustituyeron a quienes vendían publicidad tradicional; Uber a los taxistas. La gran sustitución tiene un rato de haber comenzado. La eficiencia que trae es lo que la gente quiere.