Quitarse el moreno
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No entiendo a la gente que no le encanta el verano. Julio y agosto son una sordera selectiva en la que el mundo se queda agazapado y quieto y de fondo sólo hay grillos cantando. Septiembre es quitarse el moreno de las manos rascando como se quita el gotelé para que no asome el verano por los puños de la camisa. La urgencia de inventarse una crisis nacional: Madrid es una ciudad de un millón de homófobos, según Marlaska. Cualquiera diría que Madrid fuese Kabul escuchando a según qué tertulianos que han mirado la cuenta del banco con congoja y tienen que volver a ganar deprisa todo lo que han fundido de vacaciones. Septiembre es acordarse de que se está en el poder y no en la oposición, ganar unas elecciones -que aún no se han convocado- a cualquier precio. Septiembre es todo un año en treinta días.
Todo sigue como lo dejamos antes de ir al mar, pero con algo más de polvo burocrático. Y los veo volver con la urgencia de quien se hubiese dejado el fuego sin apagar, todos los incendios que pospusieron para el otoño y todos los avivan ahora para que sea más heroica la rentrée. Septiembre consiste en decir mucho la palabra rentrée, en apuntarse al gimnasio, en ponerse una tercera dosis de ‘Pfzier’ y una cuarta de café. A estas alturas todo consiste en que Pedro Sánchez parezca más alto, más listo, más guapo. Dios al séptimo día descansó, ellos no descansan nunca porque septiembre son esas dos tardes que le quedan al año y por eso todos caminan estresados otra vez.