'Ariadne auf Naxos': poderoso caballero
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'Ariadne auf Naxos'. Música: R. Strauss. Intérpretes: M. L. Värelä, E. Sancho Pereg, N. Schukoff, S. Hankey, J. A. López. Orquesta del Liceo. K. Mitchell, dir. Escena. Josep Pons, dir. Musical.
En la presentación de la producción que ha inaugurado la temporada del 175º aniversario del Liceo, preguntaron al director artístico, Victor García de Gomar, por qué se había optado para tan notable ocasión por una pieza que no forma parte de «las grandes» óperas del repertorio. Visto el espectáculo, se diría que no hay ópera mejor que 'Ariadne auf Naxos' para abrir todas y cada una de las temporadas de todos los teatros de ópera del mundo.
A la velada asistió la plana mayor de los gobiernos español, catalán y de Barcelona -salvo, claro está, la alcaldesa Ada Colau, a quien la crítica social y la reflexión de género que hace este montaje no interesan en absoluto-. También estuvo ahí lo más destacado del mundo empresarial de la ciudad, y buena parte de las mentes creativas que, contra viento y marea, mantienen viva la llama de la cultura en el país.
Pues bien, ante sus ojos, Strauss y su libretista volvieron a lanzar su crítica despiadada a los peligros de la relación entre dinero y creatividad. El argumento, recordémoslo, parte del pésimo gusto de un adinerado vienés que para ahorrar tiempo obliga a dos compañías de teatro a fusionar sus espectáculos: una ópera sobre la tragedia griega 'Ariadna en Naxos' y una pieza ligera de 'Commedia de'll Arte'. Su único argumento es que él ha pagado, y por tanto él manda. Que el destino haya querido que esta ópera volviese a Barcelona justo después de la apoteosis del 'kitsch' que fue el concierto de la Filarmónica de Viena en la Sagrada Familia es una de aquellas coincidencias que nos hacen creer que hay poesía (satírica, en este caso) en el universo.
Por lo que respecta a la función, el espacio diseñado por Katie Mitchell es vibrante durante el prólogo, pero cae en un quizás excesivo estatismo durante la ópera propiamente dicha. A eso, hay que añadir un cierto tedio en sus escenografías de los últimos años, que parecen todas sacadas del mismo patrón: una estancia pequeña y oscura a la izquierda y otra más grande y luminosa a la derecha, donde suele acabar apareciendo una mesa a la que se encarama alguno de los personajes. Lo mismo le vale para Strauss que para Benjamin o para un Pelléas et Mélisande. Los detalles de añadir texto para dar más presencia a los propietarios de la mansión y hacer que Ariadne esté embarazada y dé a luz ni estorban ni aportan demasiado a un libreto que Strauss nunca llegó a considerar del todo redondo ni del todo terminado.
Entre las voces, sobresalió la compositora de Samantha Hankey, que bordó su papel al lado de un excelente maestro de música, encarnado por José Antonio López. Miina-Liisa Värelä fue una bella Ariadne -sin mucho más-, mientras que en el papel de tenor (Bacchus), Nikolai Schukoff pareció pasar algún que otro apuro. Elena Sancho Pereg firmó una Zerbinetta correctísima en lo vocal, si bien es previsible que su personaje vaya creciendo en las próximas funciones hasta alcanzar ese punto de desparpajo que se espera de ella. Desparpajo, admitámoslo, dificilísimo de conseguir tanto por la endiablada partitura como por el movimiento escénico que le exige esta producción. Finalmente, Josep Pons, excelente conocedor de la partitura y del repertorio Straussiano, no tuvo probablemente su mejor noche. Si bien es cierto que la partitura incluye pasajes escritos deliberadamente para que se perciban como desajustados -al fin y al cabo, se supone que parte de los músicos están improvisando-, varias entradas dudosas y algún tropiezo en la coordinación entre foso y escenario dejaron ganas de volver a ver otra función en la que, ya todos libres de la presión del estreno, la partitura del muniqués luzca aún más.
Como aspecto práctico para quien no haya comprado todavía sus entradas: Katie Mitchell sitúa la acción de no pocos momentos importantes en el extremo derecho del escenario. Si piensa adquirir localidades del anfiteatro hacia arriba, asegúrese de que sean impares. Si no, va a perder de vista a Ariadna en dos de sus arias, a los bailarines de Zerbinetta en varias de sus bromas e incluso a la propia Zerbinetta durante una tercera parte de su mítica aria.