Quien aún conserve fe en un político es porque no conoce a los suficientes. De lo contrario, habría abandonado toda esperanza. Aun así, reconozco que a mí me la siguen colando porque, pese todo, suelen ser simpáticos y agradables. Les va la vida en ello, claro, como a mi gata, que si no fuera así de adorable no comería. Pero perder la fe en la política es otra cosa, implica perder la fe en la democracia y, más allá de los delirios de cuatro ‘regres’, la alternativa es la que es. Franco nunca se metía en política.
Mantener esa fe pero en todo un partido es aún peor: o eres un fanático o estás pringado. Supone pensar, de hecho, que los...
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