Paco de Lucía, revolución entre tormentos y bordones
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En el 1975 se convirtió en el primer flamenco en pisar el Teatro Real de Madrid, lo que ocasionó un sonado revuelo por una parte, reacia a esta suerte de invasión, y una gozosa conquista por otra; los bravos trocaron en oles. Nadie se sorprendió de que su música abriera las mejores plazas del globo a partir del disco 'Fuente y caudal', donde está la exitosa rumba 'Entre dos aguas'. Que fuera su país el que encajara mal este golpe de genialidad y fortuna molestó al niño de La Portuguesa. Pero su revolución había comenzado hacía tiempo y estaba ya del todo encaminada. Ahí no era un guitarrista, sino una figura con proyección de icono.
Paco de Lucía bajó los dedos de la mano izquierda por los trastes. Enriqueció el instrumento de armonía. Se fue al jazz a causar impacto con lo rítmico y a robar también nuevos colores. Marchó a Perú a coger el cajón e incorporarlo como algo propio junto al percusionista Rubem Dantas. Tocó clásico, a Falla. Desarrolló la improvisación, inventó acordes, melodías enteras que podrían servir como puertas de entrada a su universo: 'La Barrosa', 'Cueva del gato', 'Reflejo de luna', 'Monasterio de sal'…
Paco de Lucía no hacía discos, sino acontecimientos. Como acompañante, anduvo con los mejores. Con Camarón creó un palo basándose en la estructura del fandango, la canastera. Al resto de sus coetáneos los escoltó con una maestría precoz, renovada. Pero fue en solitario donde lo zarandeó todo. 'Almoraima', 'Siroco', 'Zyryab', 'Luzia' y 'Canción andaluza', su tributo póstumo a la copla, son solo cinco partes de un mosaico de enorme belleza donde subyace el desarrollo técnico que todos los guitarristas han seguido. Eso es lo que le destacó Manolo Sanlúcar: que pusiera de acuerdo a propios y extraños. Que gustara tanto a los que saben como a los que no. Que la fachada de su obra fuera rabiosamente hermosa, pero el interior inabarcable.
Se juntó a John McLaughlin y Al di Meola para experimentar difuminando fronteras. Echó lazos por aquí y por allá, con la formación del Sexteto, junto al pianista Chick Corea. Con Pedro Iturralde a los vientos y Ravi Shankar al sitar. Con la bossa nova. También al lado de Fosforito, con quien estableció, casi al principio de toda esta hazaña, el compás de la soleá por bulería en la bambera, dándole una forma definitiva a la creación de la Niña de los Peines. Lo antiguo se hizo nuevo en él. Sus tormentos nos llenaron a los demás de claridad. Y en esa luz andamos hoy perdidos, buscando, como él, por las mil ventanas que dejó abiertas.