José de Jesús García: Felicidad y desigualdad
Sin duda, uno de los temas más populares en los últimos tiempos es el de la desigualdad. El consenso (políticamente correcto) es que una sociedad que es desigual es una sociedad injusta. Sea cual sea el origen de la riqueza de algunas personas, la mayoría de la población siente antipatía por ese grupo. En un mundo ideal, todos debemos de ser y de tener lo mismo, o al menos algo similar a los demás.
Esta idea se sostiene incluso a nivel internacional y se utiliza como un argumento para explicar la felicidad de los habitantes. Cuando analizamos la felicidad en los países nórdicos, con frecuencia usamos el argumento de la poca desigualdad existente: un trabajador del departamento de limpieza puede ganar lo suficiente para ser miembro de un gimnasio decente y su salario no es estratosféricamente menor que el de un CEO de una gran corporación.
En lo personal, siempre he pensado que la desigualdad es algo que existirá de manera natural en las sociedades. Entiendo que hay y habrá muchos puntos de vista diferentes, pero creo que hay gente que trabaja más que otras, gente que tiene más capacidad que otras, gente que es más ordenada con sus finanzas que otras y estas características harán que unos tengan más que otros, sin duda.
Hace algunos días llegó a mis manos un artículo de The Atlantic que relaciona los conceptos de la desigualdad y las preferencias. El artículo hace mención que las diferencias en las preferencias, no solo en las habilidades, juegan un rol en la variación de los ingresos de las personas. Algunas personas son ricas porque en realidad quieren ser ricas. Tal vez otras no.
El artículo profundiza en el tema de la redistribución de los ingresos. Mucho se ha escrito acerca de la necesidad de gravar más severamente a la gente que tiene mayores recursos y usar esa recaudación para nivelar el terreno de juego. No hace mucho vimos a la congresista de los EEUU Alexandria Ocasio-Cortez usar una prenda con la leyenda: Tax the Rich.
La propuesta de gravar en forma más agresiva a los que tienen mayores ingresos es sin duda muy atractiva. Sin embargo, un argumento que contradice la efectividad de esta propuesta se basa en la heterogeneidad de las preferencias. ¿Qué pasa si hay gente que prefiere llevar una vida más tranquila a tener más dinero? Si los ricos tienen dinero porque esa es su preferencia, y por ello trabajan más que los demás, quitarles el dinero a los ricos, quienes en verdad lo valoran y dárselo a quienes prefieren otro tipo de satisfactores, puede que resulte ineficiente si es que se busca el bienestar para la mayoría.
Por supuesto que surge el tema del origen de las riquezas de los que más tienen. Mucha de la antipatía que sentimos hacia los ricos es porque pensamos que todas las fortunas (o al menos la mayoría de ellas) provienen de actividades ilícitas. Solemos asociar la riqueza desmedida a los políticos corruptos, a los explotadores, a los agiotistas, etc. y eso hace que los que tienen dinero sean repudiados por la mayoría de los integrantes de la sociedad.
Pero no hay que dejar fuera el otro punto de vista: las actividades que realizamos y el empleo de nuestros recursos puede que no tengan el mismo objetivo de manera homogénea en todos los seres humanos. Unos buscarán tener más bienes materiales y otros quizá privilegiarán el tiempo y el disfrute de la vida. Cada quien buscará ser feliz a su manera.
La relación entre el dinero y la felicidad sigue siendo polémica y enigmática para muchos. La ciencia de la felicidad ha encontrado que el dinero es necesario para cubrir las necesidades básicas, pero tal vez más allá de ello, el dinero aporta cada vez menos a nuestra felicidad. ¿Limita este enunciado la validez de quienes dedican su vida a generar más dinero aun y cuando han cubierto sus necesidades básicas? Por supuesto que no. Las preferencias son individuales y como tales, cada uno de nosotros tiene la libertad de escoger el camino que más le plazca para lograr su felicidad.
Un hallazgo de la ciencia de la felicidad que llama mucho mi atención es aquel que establece que el desempleo está asociado muy estrechamente a la infelicidad. No estoy muy seguro si el imponer más impuestos a los ricos genere felicidad en los pobres, pero lo que sí es contundente es que una sociedad que ofrece oportunidades suficientes de empleo a sus habitantes es una sociedad con mayor bienestar y mayor felicidad.
Alguna vez escuché que la desigualdad no mata, pero que la pobreza sí. Quizá si dejamos un poco de lado la polémica de la desigualdad y nos enfocamos más en crear oportunidades para los que menos tienen, nuestra sociedad pueda ser más feliz y gozar de una mayor calidad de vida.