Rosario Beatríz Toro Palacios: ¡Las emociones importan!
Hace alrededor de 40 años, un hombre trabajador que rondaba los 35 años de edad, colaborador de una empresa importante en Nuevo León, comenzó a demostrar conductas completamente diferentes a las de costumbre. Se veía fatigado, desmotivado, mal humorado y, al mínimo estímulo, colérico. A los pocos meses, dejó su empleo de Jefe de Seguridad Industrial para el que se había capacitado en el extranjero y del cual se sentía sumamente orgulloso. Su familia estaba desconcertada; en aquellos años era el único sostén y ya había 6 niños pequeños. Las cosas en casa no eran diferentes, esa típica familia norteña, con el valor remarcado de la cultura del esfuerzo, entraba en una profunda crisis y desequilibrio, no solo en el tema económico sino en lo más importante, su armonía familiar: los abrazos se convirtieron en distancia; las alegrías, en tristezas; y el futuro prometedor de un talento preparado para triunfar desapareció; y quedó solo un hombre triste, abrumado por un dolor interno que nadie entendía de dónde provenía. Ese hombre era mi padre.
Si bien en mi niñez no lograba entender qué había pasado ni por qué tan repentinamente todo había cambiado, hoy estoy segura de que mi padre había caído víctima del Síndrome de Burnout, provocado por situaciones de altos niveles de estrés en la empresa en la que laboraba, sin que nadie tuviera en ese momento la capacidad o intención de ayudarlo. Así, muchas vidas profesionales se extinguen prematuramente como consecuencia del desgaste extremo al exponerse a altos niveles de estrés emocional sin canalización y atención oportuna. Este síndrome, en ese tiempo desconocido, es ahora considerado como una enfermedad y una de las causas más importantes de incapacidad laboral.
Esta breve historia no es algo poco común en las organizaciones, muchos talentos prometedores suelen caer víctimas de un manejo inadecuado de sus emociones. Los efectos sociales de estas circunstancias son de muy alto impacto y trascienden a los límites de la empresa, afectando profundamente el tejido social al devastar familias que son la célula de nuestra sociedad.
Por mucho tiempo, hablar de emociones en las empresas era un tema velado, sin embargo, no significa que no existiera. Simplemente era mal visto, sinónimo de debilidad e inclusive, asociado solo al género femenino de forma despectiva y discriminatoria. Gracias a diversos estudios y a la experiencia acumulada en el tiempo, el manejo de las emociones y el estrés es ahora una responsabilidad compartida con la empresa. Nosotros, como profesionales de Recursos Humanos, tenemos la obligación moral y legal de enfocar esfuerzos para contribuir a prevenir riesgos mentales y emocionales relacionados a la actividad que desempeñan nuestros colaboradores.
El más reciente entendimiento de nuestra responsabilidad como empresas en el manejo de emociones es, sin lugar a duda, la aplicación de la Norma Oficial Mexicana “NOM035″, cuyo objetivo es establecer los elementos para identificar, analizar y prevenir los factores de riesgo psicosocial, así como para promover un entorno organizacional favorable en los centros de trabajo. La NOM035, sumada a temas como la Psicología Positiva (Seligman M. 1999), el Liderazgo Consciente (Kofman, F. 2016), la Inteligencia Emocional (Goleman, D. 1995) y la Comunicación No Violenta (Rosenberg, M. 1992) entre muchos otros, enmarcan el despertar y la activación de un sentido realmente humano en nuestras empresas.
Ahora, más que nunca, las organizaciones debemos estar atentas a los estados emocionales de nuestros colaboradores, considerando la vulnerabilidad emocional como un rasgo compartido por todas las personas, sin distinción de edades, géneros, estatus, estructuras, o cualquier otra variable. Nuestras empresas deben fundamentar su éxito en lograr sus objetivos financieros y de mercado en el mismo nivel de importancia que alcanzar el florecimiento de las personas que las integran. Esto permitirá el surgimiento de un ciclo virtuoso gracias a que el talento con estabilidad emocional aporta y despliega su potencial, tanto en la empresa como en su vida personal. Así, conformaremos una comunidad y una sociedad más sana, viva y humana.
Al final, el mayor aprendizaje es que las emociones y los estados emocionales de nuestra gente importan y, tanto líderes como las áreas de recursos humanos, somos corresponsables en prevenir y brindar atención solidaria y oportuna cuando las emociones relacionadas al estrés laboral nos jueguen una mala partida.
La autora es Doctora en Comportamiento Organizacional por la Universidad de TULANE, especializada en Desarrollo de Talento, Formación de Equipos de Alto Desempeño y Liderazgo. Actualmente es Directora de Cultura, Formación y Desarrollo en Banregio. Ha sido líder de programas académicos internacionales de formación y desarrollo de talento. Ha sido maestra a nivel universitario en el Tecnológico de Monterrey por más de 30 años. Actualmente es Socia de ERIAC y participante del comité del Foro ERIAC Live 2021.