Feria de Otoño 2021: la querencia es la querencia
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, donde faenó Antonio Sánchez, el de la taberna de Embajadores. Porque aparte del Festival del 2 de Mayo y algunas corridas sueltas en este 2021, los toros vuelven a su templo, aún con el aforo al 50%, pero vuelven. Y eso es símbolo de que la ciudad recupera su pulso poco a poco.
Los taurinos de Madrid, recuerda Jacinto, «han estado errantes y famélicos», como el pueblo hebreo en su Historia. Los han llevado a Carabanchel, con techo, y quizá con esa sensación de asistir a una faena en un platillo volante marque para mal, porque el brillo de los alamares, en un polideportivo, es poco lucido. Pero es viernes de Feria de Otoño, y en el 21 de la EMT ya se aprecian, a la hora del aperitivo, las primeras almohadillas, los castellanos sin calcetines y olor a Brummel. El 21 debe ser como la jaca y el pescante florido que antaño acercaba a los toreros al coso. Lo cierto es que desde el puesto de la calle de La Victoria a Manuel Becerra, la ciudad sabe que hay toros. Lo saben los que llevan ese chaleco Michelin sin gambas que puso de moda Moreno Bonilla, y lo saben hasta en Mercamadrid, donde han tenido pedido especial de rabos de toro. Y lo saben los hosteleros -Madrid es taurina, y por ende, algo tabernaria- que llevan un rictus distinto a hace cuatro meses. Cuando penaban por esos 'Isidros' que no fueron.
La zona entre Manuel Becerra y Ventas bulle, y la calle de Camba, y la glorieta de Navacerrada. Y es curioso el entrecruce de niñas que probablemente estudien en las ursulinas con cuadrillas que van al pretoro, que es tradición inveterada desde que Las Ventas es Las Ventas. Y luego, claro, la propia plaza con los rezagados y los curiosos. Suponemos que a las alumnas ursulinas no se les ha ilustrado sobre qué significan Vegahermosa, Jandilla y Victoriano del Río, los hierros a lidiar.
En Los Clarines, el cronista se cruza con una grupeta de aficionados extremeños que, una vez acreditado, dejan que la conversación fluya y hasta lo animan a participar. Son Enrique García y Enrique Anaya con demás primos y amigos respectivos. Una asociación humana que, de entrada, no se cree que esté en la previa la faena, despachando gambas con una felicidad de mayo y sábado, siendo viernes y septiembre. Como extremeños hacen patria y comentan con orgullo que la escuela de Badajoz «es el Harvard» de la tauromaquia. También entra en escena el gerente del local, que ha pasado un calvario sin los toros y que sabe que en viernes como éste «se factura un 300% más».
Son las 15.46 y llueve como en la última boda real. En el estrecho espacio entre El Burladero y Casa Toribio, Rodrigo, que lleva un sombrero cordobés azul marino, maldice la lluvia con una jaculatoria entre dientes que no se llega a apreciar pero que pide que la nube escampe. Porque el terciopelo del sombrero está, el pobre, de retirada. Claro que con el tormentazo, se va el olor a puro y en los alrededores de Las Ventas huele a petricor. Y la afición consulta satélites y confía en la lona esa que cubre el albero; y se acuerdan de aquella máxima de Antoñete que «cuando la nube viene de Toledo, lluvia segura».
En la cervecería Esteban hay que refugiarse de la tormenta y de una rambla que baja de la Avenida de los Toreros. Pedro, Tito y Paco llevan dos años y pico sin toros, y «algo divino» les dice que va haber corrida mientras van colando de matute los «pelotaris». Como los puestos de parpusa chorreando a la entrada de la Plaza. Y es que, como insiste Abellán, «una tarde de toros revitaliza el mercado» y toda la zona. Llueva o no llueva.