El batallón deportivo que defendió Madrid del fascismo
La Federación Castellana de Fútbol impulsó en 1936 la creación de un batallón de deportistas que participó activamente en la resistencia de la capital frente al ejército sublevado y que tenía su sede en las oficinas del Madrid F.C. (hoy Real Madrid)
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Frío, viento, olor a pólvora y a tierra mojada, los silbidos de las balas acechan. Invierno de 1936. Y allí están. Impertérritos, con una sonrisa entre los dientes y defendiendo Madrid del fascismo. Los deportistas de ayer hoy son soldados y han cambiado los campos de juego por las barricadas; los balones de fútbol, los guantes de boxeo y las bicicletas por fusiles. Futbolistas, árbitros, boxeadores, ciclistas, nadadores, atletas y un largo etcétera conforman el Batallón Deportivo del Quinto Regimiento, desplegando todas sus habilidades físicas e ingenio, esta vez al servicio de la guerra antifascista en el frente de Madrid. De Usera al Puente de los Franceses y a la Ciudad Universitaria, el aliento deportivo pone su granito de arena para frenar la incursión de las tropas franquistas.
Pero... ¿de dónde salen? ¿Cómo han llegado allí? ¿Quiénes son estos deportistas?
El golpe de Estado contra la II República sacudió los pueblos del Estado español y también el mundo del deporte. Los visos de una práctica atlética diferente al deporte burgués, progresista, antifascista, en el que se superara el antagonismo entre deporte federativo y deporte popular/proletario, permitiendo que los mecanismos mercantilizadores quedaran al margen del fenómeno de masas, en el que se primara el papel de la mujer respecto del hombre para superar su situación de desventaja, y en el que los pueblos sin Estado, como Cataluña, País Vasco, Galicia y Castilla, pudieran tener representación internacional, quedaron truncados por el fallido golpe de Estado que desencadenó la Guerra Civil e impidió que se celebrara la Olimpiada Popular de Barcelona 1936, que iba a contar con la participación de miles de atletas venidos desde muy diversos puntos de la geografía internacional como protesta mundial contra los Juegos Olímpicos de Berlín, utilizados como arma de propaganda por los nazis.
Lejos de permanecer inmóvil, el deporte castellano comprendió que la mejor forma de hacer realidad su modelo pasaba por defender la II República. Miembros de la Federación Castellana de Fútbol (FCF), autoincautada por sus propios integrantes partidarios del gobierno republicano, por miembros de la Federación Cultural Deportiva Obrera de Castilla y del Frente Popular, con especial influencia de las Juventudes Socialistas Unificadas, montaron distintos actos de apoyo a los combatientes y sus familias, como partidos benéficos o donaciones de suministros médicos y equipamiento militar para el frente, que no serían más que una pequeña muestra de su implicación a favor de la II República.
Corría el 19 de agosto de 1936 cuando la asamblea de la Federación Castellana de Fútbol aprobó la creación de un batallón de deportistas sin afiliación política específica al servicio de las fuerzas republicanas. Este tendría como objetivo defender la libertad frente al fascismo y prevenir que elementos de la derecha política se infiltraran en el deporte. Al cabo de unos días, el proyecto era ya una realidad. El 24 de agosto las instalaciones del Madrid F. C., hoy Real Madrid, en el número 4 de la calle de Recoletos, se convertirían en su cuartel general y el estadio de Chamartín (hoy Santiago Bernabéu) en su campo de entrenamiento y adiestramiento militar. Martín Crespo, expresidente del C. D. Nacional, y Heliodoro Ruiz, entrenador del Madrid F. C. y capitán de la Inspección General de la Cultura Física del Ejército del Centro de la República, que al final de la guerra se rebelaría como agente falangista infiltrado, fueron los encargados del adiestramiento del Batallón Deportivo. Los integrantes del batallón fueron apodados en los inicios de 1937 por la prensa de Madrid “soldaditos de plomo” por su disciplina.
La FCF financió uniformes, cuarteles y suministros para una excelsa nómina de deportistas, que llegarían hasta el millar y entre los que destacarían distintos deportistas amateurs como los futbolistas Julián Alcántara (C. D. Nacional), José Cotillo (Tranviaria y también bailarín flamenco), el atleta Macario Meneses o el boxeador Emilio Iglesias (campeón de peso gallo de Castilla), así como directivos como el Capitán Martín Crespo, quien fuera expresidente del C. D. Nacional, o María Cabot, la única mujer que se ha podido identificar en este batallón. De igual manera, entre la nómina de integrantes del batallón sobresaldrían futbolistas profesionales como Félix Quesada, Emilín Alonso o Simón Lecue, del Madrid F. C., Pedrín, del Salamanca, Luis Villanueva, del Valladolid Deportivo, ciclistas como Vicente Carretero o los árbitros Ángel Rodríguez, exgerente del equipo del Valladolid, y José Joaquín Sanchís y Zabalza, también exdirectivo del Athletic de Madrid, hoy Atlético de Madrid.
Los mencionados, junto a centenares más, muchas de cuyas identidades pueden descubrirse en el trabajo de investigación de los autores publicado por la prestigiosa revista The International Journal of the History of Sport1, se aglutinaron en tres compañías, cuyos nombres dejaban claro el marcado carácter político de este contingente militar. El primero se llamó Sunyol, en honor al presidente del F. C. Barcelona y miembro de Esquerra Republicana de Catalunya, asesinado en los inicios del conflicto; el segundo, Valencia; y el tercero, Alcántara, para honrar la memoria del fallecido futbolista del C. D. Nacional de Madrid, muerto en combate.
El Batallón Deportivo se convirtió también en un instrumento político de unidad antifascista entre los diferentes pueblos de la II República. Dio soporte a una suerte de internacionalismo incipiente que trababa de unir dos territorios como Castilla y Cataluña cargados de tensiones, pero también de afectos, sobre la base del respeto mutuo a cierta soberanía. Ejemplo de ello fueron el recibimiento de Lluis Companys al Batallón Deportivo en la Casa de Cataluña, el centro cultural catalán en Madrid, o el evento organizado el 22 de abril de 1937, también en Madrid, al que asistieron representantes de la Casa de Valencia, la Casa de Cataluña, el periódico barcelonés La Rambla y el gobierno de la ciudad de Valencia, durante el cual se intercambiaron banderines de los territorios con el Batallón Deportivo.
En febrero de 1937, con la reestructuración del Ejército Republicano, el Batallón Deportivo se encuadró dentro de la 68ª Brigada Mixta. Su boletín periódico “En Pie” se convirtió en pionero en el reconocimiento de la importancia del deporte y el entrenamiento para el desarrollo físico, cultural y moral del ejército. Este énfasis se extendió a otros batallones y brigadas hasta el punto de establecerse la figura del “profesor de cultura física” en cada batallón del ejército republicano y torneos deportivos inter-brigadas en las distintas Divisiones.
Pese a lo que parte de la historiografía oficial de la época franquista ha tratado de trasladar a la opinión pública, reduciendo la labor de este batallón durante la guerra civil a simple refugio para que deportistas famosos no fueran enviados al frente, si por algo destacó el Batallón Deportivo fue por su doble papel en la guerra: fuerza de combate directo y arma de propaganda. El batallón participó en cruentas batallas en Navalcarnero y en la defensa de Madrid, particularmente en el suburbio de Usera y en las áreas del Puente de los Franceses y de la Ciudad Universitaria, donde sufrió pérdidas significativas. Formó parte de diversas divisiones con el avance de la guerra y participó en batallas de gran relevancia como las de Jarama, Brunete, Teruel y Cataluña.
Esta es la historia del Batallón Deportivo, cuya memoria se hundió en el olvido, junto con los anhelos de un nuevo deporte que fuera herramienta política de cambio social e identidad de clase, dando paso a otro modelo deportivo, en el que se impondría el relato, que llega hasta hoy, de que deporte y política son esferas separadas sin conexión alguna. Un modelo en el que mezclar lo deportivo con la política se considera fuera de lugar, ofensivo y hasta provocador, mientras, al mismo tiempo, se utiliza sin rubor la competición deportiva para agitar la identidad de los Estados en una suerte de nacionalismo banal autoimpuesto y asumido por la gran mayoría. Deporte y política están íntimamente unidos y pretender que el deporte no es político es aceptar que el ser humano tampoco lo es.
Autores: Iker Ibarrondo-Merino (iker.ibarrondo@uah.es) y Alejandro Viuda-Serrano (alejandro.viuda@uah.es). Universidad de Alcalá