En la política, como en la vida, la exageración es un fenómeno común. Un parlamentario, si es habilidoso, sobreactúa con la suficiente naturalidad como para definir la salida del sol de suceso extraordinario y la falta de lluvia como de lo más normal. Pero hasta las exageraciones tienen sus límites. Lo principal, dictaban los retóricos clásicos, es que sean verosímiles, justo lo opuesto del último cuento de Podemos. El relato, poco creíble incluso en un jardín de infancia, se fundamenta en una sencilla lógica con derivada de funámbulo... Читать дальше...