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Las copas se alinean sobre extensos manteles impolutos. Serviciales camareros colocan una, dos y hasta cinco por cabeza en cada una de las doce mesas en uve, como si se tratase de una cena de gala con mucho por beber. Pero en vez de platos, esas mesas lucen carpetas para anotar impresiones y números, así como agua o jarras para el sobrante. ¿Cómo se cuantifica lo bueno de un sabor, lo excelso de un aroma? Los Premios Zarcillo tienen claro que la organización y los tiempos son fundamentales. Y es que en los últimos cuatro días se han encargado de probar y puntuar 1.610 vinos diferentes llegados a la Feria de Valladolid de 33 países distintos. Una labor que, para lograr la mayor imparcialidad posible a la hora de escoger los mejores caldos, exige una correcta disposición, una moderna aplicación informática y a cerca de 90 de los más aclamados catadores de los circuitos internacionales.
«Nuestro sistema permite manipular esa gran cantidad de vinos con anonimato y trazabilidad», asegura el director técnico del certamen internacional, José Antonio Fernández Escudero. Dice que cuando asigna un vino a una mesa no sabe de quién es. «Sólo lo veo cuando recibe premio», explica. Y efectivamente, a medio camino entre el desfile y la cita a ciegas, el personal muestra y sirve la botella de turno. Ha sido cuidadosamente encapuchada y descorchada en una sala anexa, en la que se mantienen en cavas a su temperatura perfecta. Así pues, sin la decisión tomada, sólo son visibles añada y color, aunque a posteriori todos los participantes «reciben por escrito un informe con la puntuación media que han obtenido y comparativas con otros vinos similares», puntualiza Fernández Escudero.
Porque al final, el objetivo de este despliegue es fomentar la cultura del vino y que se consiga un producto superior, pero, sobre todo, allanar el camino para que la calidad llegue a los clientes. «Cuando un consumidor ve esta medallita, da igual que sea un gran conocedor del vino o no, lo que ve es un voto de confianza que puede significar que compre esa botella y no otra», señala una de las jurados, Fabiola Gallo, de la Cámara de Comercio Checo-Mexicana. Entre ronda y ronda de cata matutina, ensalza la armonía que nota hasta ahora con el resto de miembros de su mesa. «Tener el paladar equilibrado con otros jueces es bueno para los vinos participantes, resulta más sencillo catar de manera justa y reconocer el potencial comercial y el esfuerzo de cada uno», añade.
La corona, a partir de 96 puntos
La primera jornada empezó con los blancos y tintos más jóvenes, y luego llegaron los añejos. El presidente de Sumilleres de Castilla y León, Pablo Martín, cuenta que por su gaznate pasaron vinos «muy compensados», con «buena acidez» o «sorpresas muy buenas entre los verdejos». Pero la variedad no es obstáculo para ganar. En los Zarcillo han participado variedades de espumosos, rosados o vinos aromáticos, cuya meta ha sido siempre lograr 96 puntos o más, pues es la media que abre la puerta a ser distinguido con el máximo reconocimiento de la competición, el Gran Zarcillo de Oro.
El viticultor y consultor Manuel Herrera explica que, a pesar de lo subjetivo de la materia, tratan de aparcar el gusto personal y valorar el producto dentro de su mercado porque «hay muchísimo trabajo detrás de una botella». «Hay algunas a los que puedo dar 90 puntos sin ser la que yo me compraría», indica.
Dos camareras presentan sendas botellas para servirlas en las mesas de los jurados
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F. HERAS
Una vez los jurados puntúan, los números no se cambian, así que -como en otras competiciones- ser presentado al principio o final puede tener un poco más de riesgo, según dice el presidente de mesa Manuel Ángel Roldán, que vuelve a concentrarse en las medias. 88 puntos, siguiente. «En un concurso así hay un componente de suerte que es impredecible, por eso, aunque estemos acostumbrados a esto, es tan importante una coherencia en las series como la que marcan aquí», valora Herrera. «Seguro que todos los vinos premiados merecen la distinción, pero otros la merecerán aunque no se la lleven», opina.
Mientras, la periodista especializada franco-italiana Anne Meglioli se confiesa deslumbrada por la organización, a pesar de sus tablas en esta clase de eventos. Es el primero en el que ha sentido la «vuelta a la normalidad» tras el Covid. «Esto ha afectado mucho al sector, porque al fin y al cabo, en muchos casos la gente perdía justo el gusto y el olfato», recuerda. «Me alegra que estemos de vuelta, y con un concurso de tan alto nivel», celebra. Sin duda, un motivo para brindar, sobre todo ahora que las mesas han escogido ya las bebidas más excepcionales.