De hábitos y alzacuellos
El 20 de mayo de 2006, Valladolid conmemoró con dos actos centrales el quinto centenario de la muerte de Cristóbal Colón, óbito acaecido en el antiguo convento de San Francisco. Hay dudas y teorías incluso paranoides sobre el origen del descubridor, pero certeza en que expiró en el cenobio de los franciscanos de esta ciudad, a los que siempre estuvo muy vinculado. Fue amortajado con su hábito marrón y el cíngulo blanco de tres nudos, característico de la Orden de Frailes Menores. Desde La Rábida, fray Antonio de Marchena, con conocimientos en astronomía y cosmografía, y fray Juan Pérez intercedieron por él ante la reina Isabel conscientes de la viabilidad de la empresa. Fueron los franciscanos, fieles a su espíritu misionero, los primeros evangelizadores en tierras americanas, como apenas medio siglo antes lo habían sido en las Islas Canarias, recién incorporadas a la Corona de Castilla. Aquel día, para celebrar el hecho histórico, el Ayuntamiento de Valladolid –que entonces no se dedicaba a financiar cátedras sobre sindicalismo- inauguró por la mañana la reformada Casa Museo de Colón, con nuevos fondos y contenidos. Por la tarde, la Plaza Mayor acogió un concierto de las orquestas sinfónicas nacionales de Colombia y la República Dominicana, junto al coro de Radio Televisión Española, bajo el título «Levando anclas hacia el nuevo mundo», que incluyó la cantata «Colón, el gran navegante». Entre los asistentes al evento se encontraba uno de los padres franciscanos de la comunidad de Valladolid, fray Modesto Treviño, que hoy sigue oficiando misa en la parroquia de La Inmaculada con un tono sereno que transmite la paz emblema de la orden. Allí, además, la representaba, por eso vestía con el hábito marrón para sorpresa de muchos asistentes. Hace escasas fechas, el arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, ha animado a que los religiosos sean reconocibles por su vestimenta, ya sean monjas, frailes o sacerdotes del clero secular. «Es un distintivo para que se vea en las calles que están consagrados al Señor», señaló el prelado, mientras apostillaba –con toda razón- que ahora lo revolucionario y lo sobrenatural es llevar toca, hábito o alzacuellos. El abandono de la vestimenta clerical viene de lejos. Comenzó con el padre Llanos, que pasó de capellán del Frente de Juventudes a los postulados del PCE, con el mérito de lograr que La Pasionaria muriera tras haber confesado y comulgado; se generalizó con el Vaticano II por aquello de acercarse más en la calles y en los lugares de trabajo a los fieles, y continúa hasta ahora con el padre Ángel, entre bufanda y corbata por su singular iglesia de San Antón. La ética y la estética, el fondo y la forma, deben ir de la mano, tanto en los ritos como en la vida ordinaria. Pero son muchos años de dar el paso atrás, como los malos toreros, y ahora va a costar un triunfo frenar la embestida progre.