Se dormía Madrid cuando, paradojas de la Fiesta, Juan Ortega la despertó con una faena dormida. Un duermevela para soñar desde la apertura a dos manos. Qué torería. Cuánta hondura. Y ya solo con las yemas de escribir lo cosió al ralentí frente a la trinchera de los areneros. Ni pestañeaban los diez hombres de verde ante el toreo orteguiano. Cada vez más despacio, aprovechando la calidad del buen Jacobero, en una faena en la que los «andas» y los «oles» caminaban a la par. Alguno de los que solo valoran el toma y daca, vociferó un «¡vaya emoción». Y desde la sombra le mandaron a su casa: «Vete a tu casa, macho». El que se marchó tras la vuelta al ruedo fue Rafael Carrión : «Como dijo Rafael de Paula el otro día con Morante, yo ya he visto todo lo que tenía que ver». Y feliz abandonó su delantera del palco. Escalera abajo, de Triana se hablaba. O se cantaba. Porque el trébol de verónicas y la magia de la media al primero de su lote venían pidiendo poetas. ¿Y las chicuelinas al paso? De torero, que no de currante. Ni anduvo fino Aguado en el quite ni la cuadrillas en banderillas. Cuatro palos con la bandera española caían sobre la izquierda. «Que se joda Podemos», se oyó antes de los doblones rodilla en tierra que descorchaban esencias entre las rayas del 7. Pero le faltaba tanto al toro.... El sevillano bailó entonces en un molinete y tomó el rumbo zurdo. «Nada, se le queda a mitad del viaje», dijeron en la primera fila del palco de al lado. Y en los detallitos se quedó todo. Sin ninguna convicción se tiró a matar. Poco le ayudó Liebre, más pendiente de las plumas del alguacilillo. Tras dos pinchazos y, con el toro aculado en tablas, cogió el descabello, lo que suscitó la pitada, por lo que volvió a entrar a matar mientras caía el primer aviso. Había inaugurado la tarde Niñito, un señor con hechuras para reventar. Lástima que no le acompañase el poder. Pidieron su devolución en el 7, pero don Eutimio Carrecedo lo mantuvo en el redondel. Rebrincado se movió, pero dejándose mucho en la muleta de Urdiales , al que recriminaron la colocación. «¡Ponte en tu sitio, hombre!», gritaron en el palco 25. Y al medio minuto le jalearon un natural. Insistió luego sin ningún eco. «Diego, tú no, ¿tú también nos vas a dar la brasa?» Y de una estocada lo avió. De manso de libro la (no) pelea en el peto del cuarto, que echaba la testa arriba con menos estilo que Iglesias hablando de mujeres en su cuadrilla del whatsapp. Se dejó luego, pero tan flojito que las intenciones toreras de Urdiales -«perfilero total», según un entendido- no decían nada. Pesadete se puso en su afán de sacar lo imposible. Se partían la camisa en el 2 con el saludo a la verónica de Pablo Aguado . De parar el tiempo dos. Acunaban las gargantas los oles mientras el banderillero Gómez Pascual subía hasta el tendido alto, donde comentaba la 'jugada' con Victoria Collantes. Dispuestísimo, se fue para los medios y firmó un alado quite por delantales, con una media arrebujada a la cadera que trasladó hasta la fragua más gitana. Cómo embestía Potrico, que se comía la muleta en el emotivo prólogo. En cuanto se puso erguido, la voz de turno no perdonó el «piiiiico». Qué barbaridad. Y no se queda afónico. Lo cierto es que todo se desinfló, sin que el sevillano terminara de coger el aire al pilarico, que fue a peor y despidiéndose con la cara alta. «¡Se va sin torear!», espetaron en la solanera. ¿Cómo se puede torear tan acelerado y con esos toques con el trapo rojo y tan a placer con el capote? MÁS INFORMACIÓN noticia Si El exquisito sentido del toreo de Jorge Martínez noticia No Ven la luz los carteles de la Feria de Otoño, con el broche de una gran Hispanidad Aunque para placer, el duermevela de Ortega. Cuando cayó el último, se acordaban de la frase de Carrión, que fue el más listo: «Me voy, que yo ya he visto todo lo que tenía que ver». Y el que quiera más, que vuelva mañana... Torea Morante. Toca estrenar camisa. Y quien sabe si mojársela luego en la Cibeles. Porque sus partidarios mecían ya la Puerta Grande.
