Nota mínima: Zaid, 90 años
El último siglo ha sido grande para la literatura mexicana. Grandes autores, grandes obras y grandes apuestas en obras ambiciosas. En medio, Gabriel Zaid tendió una línea de luz entre autores que deslumbran, asombran o abruman al lector con obras de enorme complejidad (Blanco, Farabeuf, Terra Nostra…). También ha sido un siglo de cargosas ideologías cuya obesidad prosística hizo denso y a veces intransitable el pensamiento libre. Y Gabriel Zaid halló siempre soluciones capaces de deterger los cuajarones ideológicos. Durante casi 70 años, ha publicado poemas, ensayos y artículos perfectos, transparentes. Y no solo eso: también se encargó de hacer navegable y habitable el océano de la poesía con antologías que se han convertido en las vértebras de la historia literaria.La característica central de toda su obra es al mismo tiempo muy fácil y muy difícil de señalar. Fácil, porque sucede cada vez que uno lee algo suyo. Como me dijo Hugo Hiriart: “nunca he leído algo de Zaid sin aprender cosas nuevas”. Difícil, porque el acontecimiento que juzgo central no lo hallo en la lectura sino en mí: Zaid me hace más inteligente. Su rigurosísima prosa es capaz de hacerme creer que las ideas, incluso las más arduas, incluso de disciplinas que no conozco (cálculos econométricos), son claras, distintas y hasta fáciles de recordar y reproducir. Y sus poemas tienen algo semejante, pero ya habrá lugar de celebrar su poesía.Ese hombre que se oculta del público ha escrito las mejores páginas de la lengua española acerca de lo público, como concepto político, editorial, de lectura, de ética ciudadana. Y con un giro único. La crítica de los intelectuales, la comentocracia y el periodismo suelen cumplir con el objetivo de señalar lo fallido, el mal, la corrupción. Difícilmente se halla crítica de Zaid que no proponga soluciones viables y posibles.Es un triunfo de la imaginación. Desde La poesía en la práctica hasta Cronología del progreso, Zaid insiste en celebrar y explicar la capacidad humana que hace posible lo imposible: que lo irreal (las ideas, la imaginación) gobierne lo real. Lo ha ejemplificado él mismo; ha recurrido a Platón y Aristóteles, al Génesis y a Popper, a muchos libros, pero también al pequeño productor agrícola, al comerciante de menudeo, al editor independiente. Por eso le resultan tan lastrantes las burocracias y los gigantismos: convierten a las personas en recursos de una maquinaria sin espíritu. Sus propuestas son precisas. Suelen tener efecto y respuesta. Casi todas, excepto una, central: la economía de lo pequeño. Sucede algo extraño. Por ejemplo: no hay empresario, gobernante, lector inteligente que, leyendo a Zaid, no se admire y persuada de que la economía de lo pequeño es fundamental, pero en cuanto alza los ojos de la página, vuelve a pensar en modos gigantistas. Todos entienden; casi nadie actúa. Esta es nuestra deuda con Zaid. No es una deuda intelectual, solamente.Muchos liberales ingenuos pensábamos que el gigantismo y los elefantes blancos iban desapareciendo y, de pronto, han regresado, with a vengeance. A ver si ahora…ÁSS