El terrorismo es una ficción política
La reacción suele ponerse nerviosa cuando se dejan en evidencia obviedades sociológicas y políticas. El terrorismo no existe de manera concreta, no es un crimen identificable por todo el mundo como el asesinato, aunque haya asesinatos terroristas, es una interpretación política modulable de unos hechos para señalar al enemigo principal de quien ostenta el poder. Esa denominación política del enemigo puede coincidir con crímenes execrables, asesinatos, atentados. En otras ocasiones no, porque también pueden encajar en esa denominación actos pacíficos e inocentes que al poder le interesa calificar como terrorismo porque es consciente de que esa etiqueta es la muerte social y política de quien la recibe.
El terrorismo no es un hecho en sí mismo ni un delito objetivo, no es más que una interpretación política interesada de lo que conviene convertir en disidencia o motivo de persecución, en ocasiones, es cierto, con un amplio consenso social y con actos de criminalidad y barbarie objetivos. La etiqueta de terrorismo es una ficción política, porque terroristas los hay sin haberlo sido y no los hay habiéndolo sido. En España las condenas contra los máximos responsables políticos de los GAL no fueron por terrorismo. Tampoco para los policías, José Amedo y Michel Domínguez no son terroristas a efectos legales. Aquí solo fueron condenados por terrorismo aquellos miembros del GAL que no eran funcionarios del Estado. Es decir, el GAL era una organización terrorista solo cuando actuaban mercenarios, pero no lo era cuando lo hacían cargos públicos o policías para evitar que se hablara de terrorismo de Estado de manera legal.
La explicación de lo que es terrorismo es sencilla de entender, es terrorista aquel que el poder duro identifica como enemigo del Estado. Por eso en España se acusa de terrorismo a quien organiza una fiesta con un escenario en Barcelona en la jornada de reflexión pero no se acusa de terrorismo a un francotirador de ultraderecha que acaparaba armas de guerra y planeaba atentar contra Pedro Sánchez. Para el juez Manuel García Castellón la fiesta sí quería subvertir el orden constitucional pero la Audiencia Nacional no creyó que planear asesinar al presidente del gobierno lo subvirtiera. La diferencia entre estos dos casos es política. El poder duro, el que persiste al margen de los gobiernos, considera terrorismo un caso y otro no es porque el Estado identifica como enemigo al independentismo pero no a la extrema derecha. El poder hegemónico es el que determina lo que es terrorismo o no sin importar los hechos, la tipificación penal y la coherencia factual.
Pedro Sánchez tiene razón al atreverse a hablar de lo que es terrorismo o no en términos políticos, pero por eso mismo, por tener razón, entristece ver que no se atreva a ser ambicioso en la resolución del problema, entre otras cosas porque el PSOE es igual de responsable de la composición política de lo que hemos llamado terrorismo en España. Su denominación es compartida entre el PP y el PSOE como pilar fundamental de la estructura de poder surgida en la Transición. La historia nos ha brindado multitud de ejemplos de actos, personas y organizaciones que fueron terroristas, dejaron de serlo o se convirtieron en ello simplemente por cambios en la correlación de fuerzas de un Estado, por intereses geopolíticos o por diferentes composiciones del poder.
Jan Kubiš y Josef Gabcik fueron héroes de la resistencia antifascista que atentaron y asesinaron al nazi Reynhard Heydrich en Praga. En el momento del atentado, con la ocupación nazi presente, los dos militares checos fueron considerados terroristas por la ley, porque el poder estaba en Checoslovaquia en poder de los nazis. Hoy en día, después de la derrota nazi, son héroes de la resistencia con una placa en su memoria en la Iglesia de Praga donde fueron asesinados mientras intentaban huir. La diferente denominación del mismo acto se debe a quien tiene la capacidad para señalar quién es el enemigo independientemente del acto violento. Por eso en España funciona de manera inversa y Argala es el terrorista y Luis Carrero Blanco la víctima. La diferencia entre terrorismo y resistencia depende de quien gane la contienda.
Los terroristas de un tiempo pueden ser honorables estadistas mañana. Menahem Begin fue un sangriento terrorista del Irgun que asesinaba británicos poniendo bombas en hoteles y que luego era recibido con boato por EEUU como presidente de Israel y honorable representante del Likud. Nelson Mandela fue encarcelado durante décadas acusado de terrorista por los racistas del apartheid antes de ser premio Nobel de la Paz y líder de la reconciliación en Sudáfrica. Incluso Osama Bin Laden y los muyahidines afganos eran unos honorables defensores por la libertad por interés de EEUU hasta convertirse en enemigo y principal organización terrorista de nuestro siglo. Los líderes de Hamás son ahora terroristas, pero serán héroes de la resistencia cuando le convenga a EEUU. Todos sabemos lo que es el terrorismo en España, igual que sabemos que el poder no siempre define como terrorismo lo que lo es y a la inversa.