Y la conversación se narcotizó…
¿Dónde está el botón para resetear el debate cuando el arma arrojadiza de uno y otro bando es acusarse de defender los intereses de los criminales más sanguinarios y voraces? Quién gana con una plaza rebosante que grita que el Presidente es narco, quién si el líder de decenas de millones tacha de criminal el sexenio de un adversario.
Las relaciones entre algunos criminales y algunos políticos es algo añejo en un Estado que nunca terminó de deshacerse de cacicazgos posrevolucionarios, que falló en construir instituciones. Periodicazos sobre colaboradores presidenciales ligados a oscuros intereses tampoco son novedad.
Lo que es nuevo es que uno y otro bando se acusen de defender los intereses de sendos “narcogobiernos” en voz alta y en toda clase de micrófonos.
La elección de 2018 no fue necesariamente sobre el crimen organizado. Y menos sobre la colusión de este tipo de delincuentes con políticos.
Hace seis años en las urnas se expresó el hartazgo con la corrupción y la frivolidad del PRI; fue simultáneamente una bofetada al PAN tras dos sexenios donde quedaron a deber, particularmente en violencia.
El mandato de esos comicios fue poner en el centro del debate a los más pobres, a la desigualdad. Qué lejos, casi bucólica, luce a la distancia la campaña que llevó a la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador.
Estamos a nada de que –sin matices, sin rigor, sin dudas– unos piensen que en las urnas hay que sacar al lopezobradorismo porque éste se debe a los criminales, o que otros acudan a votar convencidos, justamente, de que han de evitar que vuelvan los narcos de tiempos de Felipe Calderón.
No sé si sirva de algo hoy decir que parte de esto que ahora vemos inició cuando AMLO usó cuanta mañanera pudo para estigmatizar, utilizando el juicio de García Luna en Nueva York, al gobierno calderonista como una administración de criminales.
Y sólo por si hace falta decirlo: en efecto, un jurado en Nueva York ha encontrado al mismísimo secretario de Seguridad de tiempos de Calderón culpable de narcotráfico.
Imposible no mencionar también el antecedente de las elecciones de Sinaloa o Michoacán en 2021, plagadas de irregularidades que no pueden sino ser atribuidas a criminales que, en buena medida, favorecieron a candidatos del oficialismo.
Y, por supuesto, la indolencia del Presidente para con las víctimas al tiempo de que no se corta al expresar que fue el neoliberalismo el que causó que no pocos victimarios cogieran el camino del mal, es otro elemento que prepara un terreno fértil para esa suspicacia de “de qué lado realmente está AMLO”.
En ese contexto surgen este año reportajes en que se presentan indicios de la supuesta convivencia de colaboradores del tabasqueño con narcotraficantes, de cómo éstos habrían dado dinero a aquellos, no necesariamente al hoy Presidente mas sí a gente cercana a él.
Los reportajes no son, para nada, concluyentes. AMLO niega todo, mientras buena parte de sus adversarios saltan a conclusiones que van más allá de las propias investigaciones.
Qué silencio más extraño este donde no hay quien dé un paso al frente y convoque a repensar riesgosas descalificaciones a la ligera, a respetar el marco que hace posible el debate, y cómo éste debe ser cuidado para que no se extinga: sin diálogo no hay política.
¿Es que nadie se habla ya con los de la acera de enfrente?
Qué silencio más inoportuno: justo iniciarán las campañas, el momento político más crispado, el tiempo donde hemos visto un candidato presidencial asesinado y chorros de no presidenciales también.
Cómo se desnarcotiza la conversación.