Crítica de 'Dos chicas a la fuga' (**): Algo menos que la mitad de los hermanos Coen

No es una película de los hermanos Coen, y ni siquiera lo parece, aunque la haya dirigido Ethan Coen, la mitad de esa 'alimonada' (Ethan y Joel) que durante décadas han conformado una filmografía llena de muchas cosas, entre ellas un estilo. El guion lo ha escrito el propio Coen junto a su esposa, Tricia Cooke, y les ha salido una historia deseosa de gracia, desorden y modernidad, aunque este último deseo tenga más que ver con lo intrascendente y lo juvenil que con otros detalles de más enjundia. La aventura de dos jovencitas se organiza en torno a unas cuantas ideas contemporáneas, desde el desenfreno sexual, la carrera loca hacia otro lugar, o la falta de cordura y de medida exacta de causas y efectos, de tal modo que su viaje está salpicado de encuentros indeseables, riesgos innecesarios y actos imprudentes, porque el mundo (o la historia de la película) está lleno de villanos, corruptos y tipos sin escrúpulos. Quizá no haría falta señalarlo, pero las dos protagonistas son lesbianas, una impetuosa y extrovertida y la otra con algo de sensatez para ir perdiendo en el camino. Funciona bien la pareja de actrices, Geraldine Viswanathan y especialmente Margaret Qualley, con mucho mayor ímpetu y desparpajo que en la reciente 'Pobres criaturas' o en 'Érase una vez en… Hollywood'. No son Susan Sarandon y Geena Davis en 'Thelma y Louise', pero tienen buen encaje y triangulan bien en el peloteo de los diálogos y los sentimientos. Aunque la historia construye una intriga, una tensión (lo de la maleta y los villanos perseguidores está lejos de ser original), el envoltorio frívolo, menor, travieso y, sobre todo, superficial la deja en poco más que una película simpática. Pero que su intrascendencia no impida pasar un buen e informal rato.