«España es el mejor país del mundo, con la bandera más bonita y el que me lo ha dado todo. No soy consciente del valor que tiene ser abanderado, la responsabilidad, orgullo y honor que significa». Marcus Cooper (Oxford, 1994, criado en Palma de Mallorca) admite sin rubor lo ilusionado que está por acompañar a Tamara Echegoyen en la ceremonia de inauguración de París 2024. Fue elegido por el Comité Olímpico Español por sus medallas anteriores (oro en K1 1000 en Río y plata en K4 500 en Tokio), y en la capital francesa aspira a seguir ampliando ese palmarés con otros dos metales. -¿Cuál es su primer recuerdo olímpico? -Recuerdo ver los Juegos de 2008 en Pekín, la modalidad de K2 500 en la que Saúl Craviotto y Carlos Pérez se llevaron el oro. Ahí supe de la existencia de unos Juegos. Yo empecé a competir en 2007, un año antes, y desde entonces me empecé a interesar mucho más por este mundillo. -¿Y de su primera experiencia en unos Juegos, en Río? -Yo conocía la ciudad y me sorprendió verla tan transformada para ese evento. Estaba totalmente decorada, con carriles en la carretera solo para deportistas. También impacta la villa olímpica, un complejo lleno de apartamentos, lleno de deportistas, rodeado de muchas estrellas… Impone mucho estar allí. -¿Recuerda si le pidió una foto a alguien? -Nos hicimos una todo el equipo con Nadal. No había que irse muy lejos para hacerse una foto con un verdadero dios del Olimpo, como es Rafa. También vimos a Phelps y Bolt, los mejores a nivel internacional. -Desde fuera siempre se ve la parte bonita, las medallas, los éxitos… Pero, ¿a cuánto ha tenido que renunciar en su vida para vivir este momento? -El sacrificio es uno de los ingredientes estrella del deporte. A los 15 años me convertí en profesional y me emancipé de casa. Y hasta el día de hoy no he vuelto… Desde adolescente estás renunciando a muchas cosas que a esa edad son importantes. Planes que sabes que no van a volver. Todo ese tiempo de ocio yo no lo he tenido y ya no lo voy a recuperar. Los amigos tienen otra edad, están ya con familia… Yo soy muy consciente de que solo se vive una vez. Es una responsabilidad muy grande escoger ese sacrificio, dedicar tanto al piragüismo. Pero no me arrepiento. -¿Y cómo se trabaja la mente para no desistir? -Para mí es importantísima la parte mental. De ahí parte todo lo que hacemos en nuestro día a día y la manera en la que lo afrontamos. Yo juego muchísimo con eso y es uno de mis trucos para sacar ventaja a mis rivales. Estamos tan igualados que hay que cuidar esos detalles. Yo pienso: '¿dónde está la diferencia entre el que entra primero en la meta y el que entra el sexto? Si en tu cabeza tienes ese impulso, esa llama interior de confiar en ti mismo, de entender que cada esfuerzo vale la pena y que el ser humano vale más de lo que siempre pensamos, tienes mucho ganado. Si todos los días metes en el saco los ingredientes correctos, tienes una gran ventaja. -¿Y los momentos de flaqueza? -Primero, hay que saber que son normales. Todos los tenemos y entender eso también es parte de la competición. Les pasa a los deportistas y a los que preparan una oposición. Yo sé que voy a tener días malos, el reto es intentar superarlos, sacar lo mejor de mí, ponerme a prueba. Ser mi mejor versión. Yo soy egoísta, siempre pienso que el resultado es para mí y que me vale la pena ese esfuerzo. Yo disfruto el camino, y por lo tanto disfruto también de esos momentos malos. -Mentalidad cien por cien estoica… -Sí, soy muy estoico. Controlo muy bien las emociones. -Siempre ha dicho que la preparación para Río fue perfecta, que no hubo un solo día en el que se desviara del camino. -En 2016 quise ponerme a prueba. Quise ver de qué era capaz realmente. Ser perfecto desde el día uno en el sentido literal de la palabra, porque soy consciente de que normalmente no lo somos. Quise cuidar todos los detalles, me daba igual el ranking o el resultado cuantitativo. Y a día de hoy sigo pensando que no hay forma de mejorar lo que hice ese año. Y, encima, me llevé el oro. Pero crucé la meta muy satisfecho de haber dado mi máximo. También es verdad que competía en individual. En equipo es más difícil. Más bonito, pero más complicado. No todo depende de ti. Por poner un ejemplo tonto, porque un compañero se ha puesto enfermo… Eso no está en nuestras manos. Si me pongo en modo obsesivo sí digo abiertamente que no he logrado hacer un año como el de Río desde entonces. -¿Y el camino a París cómo ha sido? -Todavía falta algo para estar en la línea de salida, pero voy con expectativas altas. Entrenando tengo un apetito de competición bastante grande. Me noto bastante en forma y tengo ganas de sacarlo con los compañeros. -Su prueba son 500 metros a fuego. Es difícil imaginar qué pasa por sus cabezas y cuerpos. ¿Cuáles son las sensaciones al cruzar la meta? -Es puro ácido láctico. Fuerza, técnica y resistencia llevados al máximo. Llega un punto, en los últimos 100 o 150 metros en los que estás totalmente vacío. Ya no tienes más fuerzas y tienes que mantener ese gesto técnico al máximo. Es muy agónico. Lo que yo siento al cruzar la meta… Creo que el siguiente paso sería la muerte. Estás vacío y no hay absolutamente nada más. No sientes los brazos, la boca te sabe rara… Es difícil de explicar. -En París doblará: K4 500 y K2 500. Sube la apuesta. -Me gusta mucho superarme a mí mismo, ver dónde está mi límite. En París quiero ser competitivo en dos pruebas, no solo en una. Para mí es un doblete. No doy prioridad a una u otra prueba. -¿Y el futuro? -Probablemente me dedique al deporte y a la salud. Es lo que me hace feliz. Me encanta emprender y tengo mi proyecto personal dedicado a nutrición, psicología y entrenamientos, donde ayudo a que la gente logre sus objetivos en esas tres materias. En el deporte voy a estar siempre, no necesito despejarme del piragüismo, pero no quiero que en mi lápida solo ponga 'piragüista profesional'.