La principal víctima de la etapa Sánchez ha sido la verdad, que yace despanzurrada en plaza pública por el mal ejemplo de un presidente que miente sin complejos. Ya no existen hechos empíricos sobre los que entablar la discusión, porque las plantillas sectarias se imponen a los datos. Los españoles, de derechas y de izquierdas, nos hemos convertido en paredes de frontón, incapaces de aceptar que a veces no tenemos la razón, o que aquellos con los que simpatizamos también meten la zueca. Este fenómeno, que guarda también cierta relación con el remango polvorilla que nos distingue, se ha visto enconado por la tenaz acción de un poder que aspira a instaurar una suerte de religión laica: el «progresismo». Siguiendo...
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