El coronavirus y sus epitafios
LA HABANA, Cuba. – Siguen sin convencerme los datos que ofrecen los medios oficialistas sobre el impacto del coronavirus en la Isla. Basta echar un vistazo a las aglomeraciones que tienen lugar a diario en las afueras de las tiendas recaudadoras de divisas y el fatídico hacinamiento en los cientos de cuarterías que existen en La Habana, sin dejar fuera el drama de los que cumplen penas carcelarias en algunos de los centros penitenciarios que hay desperdigados a lo largo y ancho del país, donde es común la promiscuidad, el hambre y la falta de suficiente agua.
El ambiente es ideal para que el contagioso y mortal virus sea un huésped ilustre, por tiempo indefinido, en la mayor de las Antillas.
Aún conservo intactos los recuerdos de mi estancia en el combinado provincial de Guantánamo durante más de un año y pienso en las altas probabilidades de una vertiginosa propagación del coronavirus a partir de la existencia de las mismas situaciones que tuve que afrontar desde la primavera de 2003 hasta el verano de 2004.
El limitado suministro de agua, la falta de ventilación en los cubículos, la convivencia de decenas de personas en un espacio reducido y la ingestión de alimentos no aptos para el consumo son situaciones todavía presentes en aquel antro donde malviven miles de prisioneros, entre ellos Roberto de Jesús Quiñones, el comunicador independiente, escritor y abogado, condenado a un año de encierro por ejercer el periodismo al margen del control estatal.
Me cuesta creer que no haya habido eventos relacionados con la actual pandemia en una o varias de las decenas de prisiones, la gran mayoría construidas en las poco más de seis décadas de socialismo fidelista.
Por supuesto, no habrá divulgación alguna de infestaciones y menos de muertos en esos sitios a causa del brote pandémico que ha puesto en vilo a medio mundo.
Valga acotar que la ausencia de información al respecto, no anula las perspectivas de episodios derivados de este fenómeno con capacidad para matar y que ha puesto la economía del país al borde del colapso.
El coronavirus es mucho más que una zancadilla en la historia de una revolución fallida con pretensiones de eternizarse a punta de pistola y también mediante la profusa banda sonora de discursos triunfalistas, aplausos y nacionalismo de quincalla, este último levantado sobre las ojerizas hacia la vecina superpotencia. Se trata de una bomba silenciosa que ha hecho trizas lo que quedaba del modelo de planificación centralizada.
La irreversibilidad de la crisis, así como la imposibilidad de superarla con nuevas dosis de voluntarismo y propaganda exige la sustitución del dogma fundamentalista por una variante pragmática que desbloquee las fuerzas productivas. De lo contrario, en algún momento del futuro cercano, el sistema colapsará.
Sin mecenazgos posibles en el horizonte que sufraguen el desastre económico interno, marcado por la obsolescencia tecnológica, la criminalización de la riqueza personal, la ausencia de inversiones y el burocratismo a ultranza, se impone el urgente desmontaje de un modelo que vulnera olímpicamente las leyes de la lógica.
Ni Putin y mucho menos Xi Jinping muestran disposición alguna al otorgamiento de créditos blandos y al fomento de inversiones multimillonarias a su aliado ideológico del Caribe. Son otros los intereses que se mueven en el tablero de la geopolítica mundial. Nada que ver con época dorada de las asistencias monetarias, a fondo perdido, procedentes del extinto campo socialista europeo tutelado por el Kremlin.
Por otro lado, el declive del chavismo en Venezuela, anuncia severas tormentas económicas para Cuba. De hecho, ya el petróleo no llega a la Isla con la celeridad y la abundancia de antaño. Una realidad amarga para los mandamases criollos, que continúan sin ofrecer señales claras de estar a tono con el momento histórico.
Decretar la continuidad del socialismo fue otro sinsentido de la cúpula dictatorial. A la sombra del coronavirus tal pretensión me empuja a recordar algunos fragmentos del absurdo kafkiano.
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