Un banco de alimentos para necesitados
Las dos camionetas deben partir de las bodegas de Alimento para todos, en las cercanías de la Central de Abasto, y enfilar hacia Chimalhuacán. Esta vez transportarán cinco toneladas de provisiones, como panes, productos de abarrotes, frutas y verduras, para repartirlas entre más de mil personas en uno de los municipios que surgió bajo el signo de la pobreza en México.
—Nunca habíamos visto tan solas las calles como en esos días – recuerda Josefina Oropeza Camacho, quien desde hace 15 años encabeza la asociación civil Mujeres Progresando en Chimalhuacán.
Entonces un día, ya en la cima de la curva del covid-19, ella y un grupo de voluntarios reiniciarían la tarea de distribución, pues muchos vecinos preguntaban por los víveres; incluso llegarían personas de un municipio vecino, Ciudad Netzahualcóyotl, donde ella había nacido.
Y ahora está aquí.
Los almacenes del banco Alimento para Todos, organización no gubernamental, están en la Central de Abasto, donde cada mes se acopian mil 400 toneladas de alimentos, aptos para consumo humano, cuya repartición en tiempos de la pandemia aumentó más del 50 por ciento.
Cada semana, en tiempos normales, benefician a 63 mil personas con paquetes de la canasta básica, informa Mariana Jiménez Cárdenas, gerente de Relaciones Institucionales e Inversión Social de Alimento para Todos.
La mencionada asociación civil, explica Jiménez, es una institución de asistencia privada. “Los bancos… nos dedicamos a recuperar alimento que ya perdió valor comercial, pero que es apto para consumo humano”.
Dichos productos son redistribuidos entre personas pobres que viven en Ciudad de México y algunos municipios de entidades periféricas; para ello, es necesario formar comités que canalicen la repartición, como es el caso de Mujeres Progresando de Chimalhuacán.
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De acuerdo al Banco Mundial, en México se desperdicia anualmente un promedio de 20.4 millones de toneladas de alimentos aptos para consumo humano, cita Mariana Jiménez, quien aporta un dato fundamental:
“El impacto económico de la pérdida y desperdicio de alimentos en México es a 491,000 millones de pesos”
Paradójicamente, contrasta, 53 millones de mexicanos viven en pobreza; de los cuales, 9.4 millones están en situación de pobreza extrema.
En Alimento para Todos, que opera desde hace 25 años, trabajan 83 personas, de las cuales 33 se mueven en unidades que salen todos los días con diferentes aliados a recuperar alimento.
La asociación civil tiene lazos con locatarios de la Centrad de Abasto, tiendas de autoservicio y de conveniencia, empresas de la industria alimentaria, hoteles, restaurantes, cafeterías y tiendas departamentales.
Los beneficiarios, cuyo número aumentó a 80 mil con la emergencia sanitaria, pues varios se quedaron sin empleos, aportan una cuota de recuperación de no más del 10 por ciento del valor del producto.
Jiménez Cárdenas informa que pertenecen a una red denominada Banco de Alimentos de México, integrada por 55 instituciones en toda la República, pero aclara que no todos tienen la misma capacidad. “Hay desde muy pequeñitos hasta muy grandes”.
Sin duda alguna -comenta, en medio del constante ruido que producen los montacargas- Alimento para Todos es uno de los más grandes. “Al estar en Ciudad de México, principalmente en la Central de Abasto, tenemos la capacidad de recuperar mayores volúmenes”.
—¿Y el perfil de los beneficiarios?
—Se encuentran por debajo de la línea de bienestar, de acuerdo a lo marcado por El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social: reciben un ingreso promedio de 4 mil 300 pesos al mes por familia.
Si bien este banco de alimentos también trabaja con grupos que llegan de Puebla, Tlaxcala, Hidalgo y Morelos, la mayoría son de Ciudad de México y su zona conurbada, como es el comité que encabeza Josefina Oropeza Camacho, quien reparte alimento a casi 450 familias, aunque dice que con la pandemia aumentó el número de solicitantes.
“La verdad es que este apoyo les ha beneficiado mucho, porque la gente ya puede ahorrar algo y tiene para comprarse un millarsito de tabique para construir bien sus casitas”, comenta.
—¿Qué productos lleva?
—Incluye desde verduras y pan; también abarrotes, detergentes, jabón, frijol, y a veces también nos apoyan lo que llamamos el diferenciado: que una estufita, que un refrigerador, que los platitos, las tacitas, ropa y zapatos.
—¿Y qué le dice la gente?
—La gente, feliz, de veras; ahorita, con la pandemia, teníamos mucho miedo de salir, porque las calles estaban solas, pero mi gente me decía: “¿va a haber alimento?” y pues vámonos, nos arriesgamos; gracias a Dios, como le comentaba a algunas personas, llegamos con las camionetas de alimento, pero señor, le digo, yo no sé de dónde salía tanta gente, muchísima gente, así de gente, porque muchos se quedaron sin trabajo.
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Y allá va Josefina Oropeza Camacho, con dos camionetas, ambas repletas de provisiones; uno de los vehículos, sin embargo, debe hacer cola en las inmediaciones de la Central de Abasto, en espera de la dotación de tortillas y así completar el acopio de cada viernes.
Después de 45 minutos llegan a Chimalhuacán, donde espera el grupo de voluntarios para acomodar las despensas que distribuirán entre beneficiarios que ya forman una extensa hilera, sin importar el sofoco producido por la resolana que envuelve a esta cabecera municipal.
Del lado izquierdo de la casa teñida de azul cielo sobresale un letrero que avisa: “Mujeres Progresando en Chimalhuacán, A.C., Huatzin M-3119, Bo. Pescadores, Chimalhuacán.
“Apoyamos a familias vulnerables. Madres solteras, discapacitados y familias numerosas, en alimentación, vestido y calzado, cuota de recuperación accesible. Recibimos apoyo de Alimento para Todos y Fundación Simi”.
Entre el grupo de las beneficiadas está María Vázquez Briseño, de 60 años, una mujer enjuta que procreó 9 hijos; de ella solo depende la menor, de 30 años, que está discapacitada.
Madre e hija viven en un pequeño cuarto con techo de asbesto y paredes maltrechas, donde el calorón se concentra sin aire que lo apacigüe.
La muchacha permanece acostada en un camastro. Sufre de epilepsia. Se le pregunta a María si su hija tiene atención médica oficial.
—Qué cree que ahorita no –responde María-…pues la verdad ya no tengo seguro; cuando yo tenía seguro sí la atendían, pero me salí de trabajar.
—Pero recibe ayuda.
—Bueno, mis hijos sí me apoyan. El problema es que yo sufro de artritis, tengo azúcar y no puedo sacar a mi hija porque le dan convulsiones. Y mi niña, la verdad, necesita pañales.
Es solo una parte del país, donde el 46 por ciento de la población vive en pobreza, de acuerdo a datos del Banco Mundial, y al año se desperdician alrededor de 20.8 millones de toneladas de alimentos aprovechables; un país
donde, asegura Mariana Jiménez, la pandemia ha dejado en la miseria a 10 millones de personas.
Por eso.