Sara Lozano: Resiliencia y esperanza
Estoy cansada de tener miedo, conforme avanza la pandemia el acecho no para, trasmuta y se convierte en una sumatoria en la nueva normalidad: el inminente contagio, la preocupación por las personas queridas que padecen comorbilidades, la posibilidad del propio contagio, las muertes que se sientan tan cerca, la economía en picada, los pronósticos de hambruna para Latinoamérica.
Me fastidia encontrar nuevas formas para limitar mi movilidad y el contacto con otras personas. Lo que hace un par de meses me obligaba a ir a la oficina, se ha resuelto con tecnología. Cada día estoy más conectada y al mismo tiempo más aislada.
Extraño el contacto físico, la sonrisa en los rostros -supongo se hacen detrás del tapabocas-, el cotilleo haciendo filas o en salas de espera. Extraño la espontaneidad en el espacio público, carcajadas o gritos, un estornudo profundo y desahogado.
Me duele la frustración de quienes logrando un título profesional no pudieron festejarlo, mi graduación fue la mejor fiesta de mi vida. Termino un ciclo en la Comisión Estatal Electoral el próximo mes y haciendo a un lado el festejo, no podré despedirme con abrazos, carcajadas y lagrimones de tantas personas que se hicieron mi familia.
Ante las muertes y la hambruna hablar de esto parece menor. Aunque tal vez no, porque para enfrentar lo mayor siempre la calidez de lo cercano es lo que nutre, los abrazos sanan, las carcajadas reviven. La sumatoria de factores de acecho es lo que me tiene harta.
Resiliencia, ya sé, no hay de otra. Entonces me pongo a hacer –de nuevo– la lista de buenas cosas y mejores hábitos que trajo la pandemia, de la sorpresa de reconocer los sonidos de casa entre semana, de poner mayor atención y cuidado a mis queridos mayores, de tener a lado a mis hijas para echar chal en cualquier ratito. El tiempo sobrado para hacer ejercicio, sin la prisa de lidiar con el tráfico, la organización y reorganización de clósets, ya me aburrió la casa y ya me volvió a gustar.
Esperanza, es como inexorable para la resiliencia, otra vez la magistrada electoral Claudia P. De la Garza se aventó un 10 proponiendo la inaplicación de un artículo de la Ley de Participación Ciudadana para el Estado de Nuevo León a fin de remediar uno de los tantos vicios que tiene esta ley. Sus colegas siguen en absoluto desconocimiento de lo que es la participación ciudadana institucional, los mecanismos de democracia directa y los errores y horrores que tiene nuestra ley.
Mientras tanto nos visita el presidente, el gobernador tratará de sacarle dinero para atender la pandemia y los destrozos del Hanna y tratará de convencerlo que la contaminación que nos tiene ahogados proviene solo de la refinería de Cadereyta, no de Las Pedreras, ni de los montones de fábricas en toda el área urbana que tienen permisos ilegales o muy cuestionables. A nosotros ya nos la hizo con esta idea de la consulta ciudadana que no es ciudadana (https://www.elfinanciero.com.mx/monterrey/sara-lozano-para-que-una-consulta-que-no-es-ciudadana).
La autora es Consejera Electoral en el estado de Nuevo León y promotora del cambio cultural a través de la Educación Cívica y la Participación Ciudadana.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.