Lo que nos estamos tragando
No se trata de los bodrios televisivos que siguen maniatando a la gran familia mexicana, incluidos taranovelas, series televisivas, partidos de pambol o noticieros. O de la euforia ante la llegada de Disney Plus, que se suma al inmenso caudal de posibilidades para entretener la ardilla del espectador, enajenarle e impedir que despegue los ojos de la pantalla.
Ni siquiera de la treta voraz y miserable de las empresas que, buscando sacar la puerca del mal año, vuelven con la zarandaja de El Buen fin (¿en serio la raza no acaba de entender que el horno no está para bollos y que no hay para cuándo las cosas vuelvan a la “vieja normalidad”, como para lanzarse a gastar lo que no se tiene y endeudarse en época de crisis sanitaria y financiera?).
Bueno, ni siquiera tiene que ver “Orange” Trump, el villano favorito y blanco de todas las suspicacias, por quien arden en deseos los demócratas y republicanos moderados, conversos, remisos, conexos y ramales que ya se vaya a echar pulgas fuera de la Casa Blanca, luego de la arrastrada que le acomodara Biden, a quien nomás tantito se descuide le van a pedir que se haga cargo hasta de los misterios sin resolver.
Se trata de “¿Qué te estás tragando?”, la historieta del monero Rafael Barajas, El Fisgón, que con alcances masivos se ha diseñado bajo el auspicio de la Secretaría de Salud federal (que más allá de las pifias en torno a la pandemia por Coronavirus, aunque sea por excepción ha dado pie con bola), y pone el dedo en la llaga (y en la lonja) del problema alimentario nacional.
Tiene que ver con eso que nos llevamos a la boca y que determina la calidad de vida de hoy y la expectativa superviviente de mañana. De eso va el asunto, antes de cualquier tema que dicte la agenda de medio o personaje alguno. En especial porque un país como México se está muriendo de obesidad y enfermedades relacionadas con ello.
Y cuentan que la historieta en forma de campaña nacional habrá de llegar al pueblo tenochca en distribución tanto física como virtual. Falta ver el caso que le hace el tragaldabas de a pie y si no recurre a su derecho a comer como le venga en gana y a morir a su modo, antes que hacer caso a la ciencia y al sentido común. Y también habrá que esperar la reacción de la industria de los productos comestibles con aspecto de comida, pues seguro no permitirá que se les vaya el gran negocio.
Mientras todo eso pasa, le doy una leída a “Mala leche, por qué la comida ultraprocesada nos enferma desde chicos”, el libro de Soledad Barruti que documenta el pesimismo en torno al tema e ilustra la problemática con razones de peso. Y pongo de banda sonora a Molotov para mover las carnes al ritmo de: “Cerdo, no me llames cerdo (mueve tu puerco)”.