Hace treinta años que tomo el primer café del día con Teresa. Un café de media mañana que para ella, funcionaria, es el remedio en el estómago del olvidado café de las siete de la madrugada y para mí es lo primero que logro meterme en el estómago, mal acostumbrado a no hacer un desayuno fuerte como mandan los buenos hábitos alimenticios. En mi anarquía, siempre los buenos hábitos me parecieron un coñazo.
Me relaja, necesito la conversación con Teresa, pero me gusta aún más esa sensación de café público, compartido con todo el que se sienta en una mesa o apura el último sorbo en la barra. Funcionarios, periodistas que hacemos tiempo entre una rueda de prensa y otra, paseantes,...
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