El Diccionario se infecta de COVID y de política en su última actualización
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A lo largo de los meses de mayo y junio en la Academia trabajaron a destajo para registrar las voces de la pandemia. Primero definió el bicho, y luego empezó con sus derivados, como coronavírico o COVID, que se escribe así, en mayúsculas, y que puede ser femenino o masculino, al gusto del hablante, por mucho que la «D» haga alusión a «disease» (enfermedad en inglés): lo que manda es el uso, no la lógica. Luego llegaron los términos de la nueva normalidad (valga el oxímoron), que son de todos los colores. Tenemos cuarentenar y cuarentenear, que valen tanto para «poner algo o a alguien en cuarentena» o para «pasar un período de cuarentena», aunque para esta segunda acepción disponemos de la pintoresca encuarentenar. Luego está su contrario, el desconfinamiento, que es el «levantamiento de las medidas impuestas en un confinamiento». Y su hermana, la desescalada, que es más suave: «Descenso o disminución graduales en la extensión, intensidad o magnitud de una situación crítica, o de las medidas para combatirla». Sin embargo, ahora, con la vacuna a la vista, la que ha cobrado fuerza es la farmacovigilancia: «Control de los efectos secundarios y la eficacia de los medicamentos, una vez comercializados».
El barbijo ya es, oficialmente, sinónimo de mascarilla, muy común al otro lado del Atlántico, como tapaboca o nasobuco. Esta última aún no está recogida en el Diccionario, porque los términos pandémicos venidos de América entrarán en la próxima actualización del DLE, tal y como explicó Paz Battaner, directora del mismo: exigencias de palacio, que va despacio. Eso sí, la mascarilla, que ahora es un incordio diario, además de un símbolo de este año fatídico, tiene una definición a estrenar, algo más precisa que la anterior: «Máscara que cubre la boca y la nariz de su portador para protegerlo de la inhalación y evitar la exhalación de posibles agentes patógenos, tóxicos o nocivos».
También han añadido tecnicismos impensables hace un año, pero que hoy son de uso cotidiano, como antirretroviral o seroprevalencia. Lo más triste, sin duda, es haber tenido que retocar la definición de depósito, para añadir la coletilla (forma compleja, en argot académico) «de cadáveres»: «Dependencia hospitalaria o lugar habilitado para depositar los cadáveres hasta su destino posterior». Lo mismo ha ocurrido con estado de alarma: «Situación en la que se otorgan poderes especiales y temporales al Gobierno para combatir una grave alteración de la normalidad, por causa de catástrofes, crisis sanitarias, paralización de los servicios públicos esenciales, etc».
Más allá de la enfermedad, el DLE ha sumado un buen puñado de palabras sacadas de la política o de la gresca, según se mire. Además de fascistoide y partidocracia, ahora podemos conjugar izquierdizar («hacer que alguien o algo pase a tener posturas ideológicas de izquierdas o que tienda a ellas») o decir parafascista («que tiene semejanza con el fascismo o con lo fascista»), dos hallazgos que seguramente no se utilicen como elogios. Por otro lado, tenemos una nueva colección de ismos: animalismo, keynesianismo, mundialismo, natalismo, negativismo, prebendarismo, presentismo o reduccionismo, entre otros. Por sumar sumamos hasta el alfonsismo o el bonapartismo, porque nunca se sabe cuándo volveremos al pasado… En fin, es una cosecha copiosa, sin duda. «Este año se ha vivido de una manera bastante exaltada, pero muchas veces ocurre esto. Las palabras políticas son palabras muy de ser observadas por esto. Porque se las dota de unos significados enormemente sentimentales. Los hablantes se adhieren a ellas y las van tomando y van cambiando su significado. Son palabras interesantes», afirmó Battaner.
Nueva democracia
Como los significados políticos cambian a toda prisa, ahora encontramos nuevas definiciones de la democracia, ese invento tan viejo. Por ejemplo: «Sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes». O también: «Forma de sociedad que reconoce y respeta como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley». Y a estas hay que añadirles la democracia orgánica («forma de organización política del régimen franquista»), la democracia popular («sistema de gobierno de las dictaduras comunistas») y la actual democracia representativa («democracia que se ejerce a través de representantes elegidos libremente por los ciudadanos de forma periódica»).
Lejos del mundanal ruido, o no tanto, tenemos a los galdosistas, que aún siguen con la celebración del centenario de Galdós, que fue el cuatro de enero, y que hasta hace nada solo podían autodenominarse galdosianos, nombre por lo visto insuficiente. Y en ese terreno de filias culturales o culturetas ha brotado el término berlanguiano, que lo mismo vale para recordar aquello perteneciente o relacionado con Luis García Berlanga, que está de centenario en 2021, como para describir una situación caótica, esperpéntica o como quiera que entendamos el cine de este genio. La Academia, claro, se lava las manos: «Que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga».
Las palabras más frecuentes de 2020
La RAE también presentó ayer la «Crónica de la lengua española 2020» (Espasa), un libro en el que pasa revista a la actividad de la institución durante el último año. Ahí encontramos, por ejemplo, una selección de las palabras del año en el universo hispanohablante, seleccionadas por todas las Academias del español. Las diez más frecuentes, claro, tienen que ver con la situación actual. Por este orden son: cuarentena, pandemia, coronavirus, confinamiento, contagio, distanciamiento, mascarilla, teletrabajo, asintomático e incertidumbre. De ellas hay palabras nuevas, como coronavirus, y otras que se han resignificado, como confinamiento, que lleva en el diccionario desde 1843 (novena edición), y que hasta ahora se utilizaba más bien para referirse a una suerte de castigo. Caso curioso, también, es el de pandemia, que incorporó al DLE en 1925 (decimoquinta edición), aunque se utilizaba ya desde mediados del XIX. Es una palabra que viene del griego, y que en su origen significaba «reunión del pueblo», que es precisamente de lo que nos ha privado el virus en esta rara y nueva normalidad.