El Atlético vuelve a coger impulso después de una secuencia nefasta. Lo hace convencido, sin pegas que poner más allá de su secular dificultad para armar juego de ataque. Dos goles de Correa nublan la resistencia del Rayo y relanzan a su equipo, al que viene la jornada de cara con la derrota del Madrid en Getafe.
Simeone ejerce de predicador en la tarde soleada del Wanda, donde la chavalería se lo pasa en grande antes del partido en las atracciones del fondo norte y el fútbol invita a ser degustado, magnífico el ambiente a las cuatro de la tarde. El entrenador reformula la primera parte aplaudiendo los errores de sus jugadores, que son muchos y variados. Antes de que en la grada surja alguna muestra de fastidio o desaprobación, el Cholo blande las palmas, se hace notar ante sus aficionados y condiciona la reacción de la grada.
La sirve de pena Kondogbia, centra mal Lodi o se equivoca Correa en un giro al intentar una finta, y ahí aparece la silueta del Cholo, su eterno traje negro con zapatos puntiagudos para aplaudir, disuadir a sus hinchas y transformar el grito o los silbidos en un ‘a la próxima será mejor’. Pero casi nunca es mejor, porque el cholismo tiene un problema genético en la construcción del juego, la creatividad ofensiva, el fútbol al primer toque, el arte del engaño y todos esos detalles que el fútbol táctico desdeña. Solo el curso pasado, durante muchos meses enganchado a Lemar, el Atlético se asoció para combinar y tocar, jugar y moverse, llegar a Luis Suárez con jerarquía y clase.
Esa veta se ha perdido porque la naturaleza del Cholo es otra. El entrenador se incorpora al partido con sus gestos de euforia al felicitar a Kondogbia o De Paul por pelear balones sin desmayo, soltando ronchas de piel por el césped. Los puños en alto, hacia adelante, vehemente el técnico, delatan que ese fútbol corajudo y ardoroso enlaza con su personalidad.
La primera parte del Atlético es una sinfonía conocida. Dificultad sin límite para articular juego de ataque, jugadores con escasa iniciativa para imaginar, balones a Oblak para el patadón de alivio, Luis Suárez un cero a la izquierda como ocupante de posiciones fuera del área y algo de intención por los laterales, donde Trippier y Lodi juegan de primera, buscan la perpendicular, piensan en la portería contraria.
Del Rayo conquistador nada se sabe, inoperante en el primer tiempo, sin profundidad para alarmar a la defensa colchonera. No está Falcao, a quien adora el público del Wanda, y su equipo ha navegado entre la insustancialidad. El Atlético la tiene en un robo de Luis Suárez, que se planta solo ante Luca Zidane y remata picudo, sin la contundencia de antaño, el balón manso se va fuera. Suárez se enfada cuando le cambian, pero debería agenciarse un espejo para analizar su temporada, que es flojísima. Sin la claridad requerida, el Atlético llega al área rayista con barro en los zapatos, y en una de esas Correa caza un rechace y alivia a su equipo. 1-0 al fin.
El Rayo toma las riendas en la segunda parte, equipo sin complejos, y el Atlético se relame porque encuentra una pradera para correr. A campo abierto, la tropa del Cholo se siente como la tribu Toro Sentado, libre y feliz. El segundo gol llega en una maniobra académica, de sentido común, una de esas que el Atlético podría ejecutar más a menudo. Kondogbia par Lemar por el centro, el avance lúcido del francesa, la apertura al callejón del diez por donde asoma Lodi, quien de primera la pone en la hoguera. Correa la empuja a la red. Más simple de lo que parece en un equipo dotado de una calidad premium que rara vez la enseña.
La gestualidad del Cholo es otra. Ejerce la vía del pacificador. Las palmas de la mano hacia abajo, reclama calma, estrategia preconcebida, el partido es suyo con un 2-0 y el Rayo sin mordiente. Toda la aureola inconformista y ambiciosa del conjunto vallecano se difumina en las zarpas de Kondogbia, quien anula una y otra vez las acometidas con sus larguísimas piernas, su corpachón fornido y su sentido posicional del juego. Buen partido defensivo del africano, jaleado desde la banda por Simeone.
Sale Falcao, el Rayo busca sus últimas gotas de esencia, pero el Atlético corre como un búfalo en el oeste y el partido se aproxima más a la goleada que a la remontada. Lemar es el mejor analista del juego y Carrasco le acompaña. Se marcha Suárez sin morritos, no había otra, y el Atlético diezmado por el coronavirus como su rival se impone en una noche que necesitaba, plácida y con la portería a cero.