El pan de cada día
0
El ciclo logístico de producción, transporte y distribución no admite parones, porque cuando se reanuda tarda mucho en volver al punto de partida anterior a la crisis. Las economías todavía no habían recuperado plenamente el ritmo anterior a la pandemia cuando se inició la agresión rusa contra Ucrania, uniendo un desastre a otro. La interrelación de todos los factores de la economía global se reflejó en el atasco de cientos de barcos con sus mercancías sin descargar porque Shanghái, con su puerto incluido, estaba cerrado por un nuevo brote. Cuando falla un eslabón de la cadena de suministros se rompe todo el circuito. Algo así puede suceder a corto y medio plazo con la distribución de trigo ucraniano y ruso. Más de 22 millones de toneladas de trigo están almacenados en silos de Ucrania, porque sus puertos siguen bloqueados por los rusos. Si este trigo no sale al exterior, y la guerra continúa devastando zonas de cultivo, tampoco habrá nuevas cosechas que repongan las mercancías consumidas.
Algunos países están optando por medidas proteccionistas, como la India, que ha prohibido la exportación de trigo. Otros administran sus necesidades manteniendo un perfil bajo frente a Rusia, como Brasil, extremadamente dependiente de los fertilizantes rusos. Es cierto que, como en tantos otros aspectos, los efectos de las carencias de grano se notarán de manera diversa y afectarán principalmente a los más expuestos a la dependencia de importaciones procedentes de Ucrania y Rusia, y con condiciones previas adversas, como la pobreza endémica, el cambio climático o los conflictos militares.
El reto que plantea la escasez de grano es, por tanto, de gobierno mundial y emplaza a las grandes organizaciones internacionales a una concertación de medidas de solidaridad y de garantía en la cadena de distribución de alimentos básicos. No hacerlo así, además de mantener en manos de Rusia un arma de coacción diplomática y económica, creará condiciones para nuevos conflictos en regiones ya inestables de por sí. La historia, y muy reciente, como en Irán, está plagada de revueltas que empezaron con un aumento del precio de pan. La amenaza del hambre ya no es un temor infundado, sino una expectativa dramáticamente real.