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Май
2022

En las entrañas de la fuga de Segovia: así se gestó la evasión más espectacular de la historia de ETA

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Abc.es 
La fuga más espectacular de la historia de ETA, y una de las más importantes de la historia de España se produjo en uno de los momentos más complicados que ha vivido el país en las últimas décadas. Franco había muerto el 20 de noviembre de 1975, llenando de incertidumbre la esperada transición de la dictadura a la libertad democrática. Todo el mundo era consciente de que no iba a ser fácil.


Uno de los problemas más graves que iba a tener que afrontar España sería, sin duda, el del terrorismo, que contribuyó a crear tensiones adicionales a los ya existentes por su capacidad de desestabilización. Desde el asesinato de José Antonio Pardines, un guardia civil de tráfico al que dos etarras descerrajaron cinco tiros a bocajarro en 1968, ETA había sumado hasta ese momento 43 víctimas mortales. Con la desaparición del dictador, sin embargo, pronto quedó claro que la banda terrorista seguiría matando.


Prueba de ello es que la rama militar de ETA adoptó rápidamente una estructura organizativa nueva que tenía como objetivo que su actividad criminal fuera todavía más eficaz cuando llegara la democracia. Suponían que con el nuevo régimen la práctica del terrorismo sería mucho más difícil de lo que ya había resultado durante la dictadura. El primer atentado posFranco se produjo el 17 de enero de 1976. La banda terrorista ocultó una bomba en una ikurriña colocada en una finca de Ordizia, para que explotara cuando un guardia civil fuera a retirarla, como así ocurrió.


La detonación acabó con la vida de Manuel Vergara Jiménez, que tenía 21 años y seguía las órdenes de sus superiores. Ese año ETA asesinó a 17 personas. En 1977, a otras 11, dando inicio a la época más sangrienta de la historia del terrorismo vasco, los conocidos como los ‘años de plomo’. De todo ese período, sin embargo, ningún acontecimiento fue tan reseñado y comentado como la sorprendente fuga de la cárcel de Segovia, el 5 de abril de 1976, de nada menos que 29 presos. De ellos, 24 pertenecían a ETA Militar y otros cinco al PCE, el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), Frente de Liberación Catalán (FAC) y el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL).


«Galerías subterráneas»
‘La fuga más importante desde la Guerra Civil’, aseguraba ABC en su edición del día siguiente, donde informaba de que «ya se había intentado en dos ocasiones anteriores por medio de galerías subterráneas que los presos han realizado desde el interior del penal hasta el exterior». Y añadía: «La huida masiva se preparó durante varias semanas y contó con la colaboración de personas que actuaron desde el exterior». La información de este periódicos era cierta, según se confirmó después.


Ese mismo año se habían producido los primeros contactos entre el Gobierno y las diferentes ramas de ETA. En ellas, el enviado de la escisión de los 'milis' a la reunión, José Manuel Pagoaga, alias 'Peixoto', con el entonces comandante Ángel Ugarte, advirtió que no tenían nada que hablar con los militares españoles y que «si querían negociar algo, que diesen la amnistía total y las libertades democráticas y que después pidiesen otra entrevista». Una actitud muy diferente de la que tomó ETA político-militar, que con la Transición decidió abandonar las armas a cambio de indultos y generosidad penitenciaria.


Según cuenta Giovanni Giacopucci en ‘ETA político-militar: el otro camino’ (Txalaparta, 1997), los ‘milis’ aceleraron la puesta en marcha de una nueva estrategia armada con el objetivo de «abortar el intento aperturista y continuista del régimen franquista», en un momento en el que las detenciones de terroristas estaban afectando a su organización. Los poli-milis, por su parte, organizaron varias acciones contra el Estado para desviar su atención y poner en marcha el plan de fuga de Segovia, donde los etarras presos ya estaban listos para huir.


Un objetivo prioritario
En los últimos tiempos se habían producido con éxito algunas fugas similares en Basauri y Loyola, aunque otras habían fracasado. Así ocurrió en las cárceles de Iruñea, Zamora, Córdoba y Burgos y en el cuartel de Garellano. La de Segovia, sin embargo, se había convertido en uno de los objetivos prioritarios de ETA político-militar, ya que la salida de esos presos para «reincorporarse al frente» significaba una demostración no solo de fuerza operativa, sino también política, pues conllevaba volver a enrolar en sus filas a militantes que habían sido un elemento importante en el debate político interno de los años anteriores.


El trabajo de organización de la fuga fue meticuloso y estuvo a cargo, principalmente, de los presos desde un año antes de producirse. Tal es así que dos de ellos, Txutxo Abrisketa y Traktorra, consiguieron salir a la calle cercana a la prisión para averiguar, sobre el terreno, las posibles vías de escape. Según las declaraciones de ambos recogidas por Giacopucci en su libro, lo hicieron hasta tres ocasiones y en una de ellas se alejaron de la cárcel hasta dos kilómetros.


La Policía, sin embargo, consiguió infiltrar en el grupo a un espía del Servicio Central de Documentación (Seced), Mikel Lejarza, alias ‘El Lobo’, que filtró a las autoridades los planos y la documentación que tenían los presos y desbarató los primeros intentos. Aún así, lo siguieron intentando y optaron por aprovechar los lavabos de la prisión, que según habían averiguado los presos, tenían doble pared. Desde allí consiguieron excavar un túnel durante seis meses de trabajos, cuya entrada disimularon con una tapa realizada con las mismas baldosas de la pared.


De Segovia a Navarra
El túnel que construyeron daba al alcantarillado de la ciudad de Segovia. El 5 de abril de 1976 decidieron lanzarse e intentarlo una vez más. Consiguieron recorrer un tramo de 800 metros que llegaba a un polígono industrial donde les esperaba un comando organizado por Miren Amilibia. Una vez allí, se escondieron en el tráiler de un camión cargado con madera, en el que viajaron hasta la localidad navarra de Espinal, que se encontraba en el concejo de Erro, muy próximo a la frontera de Francia.


Había conseguido realizar con éxito la parte más complicada de su plan, mientras el Gobierno buscaba desesperado en las cercanías de Segovia, según informaba ABC el 6 de abril: «La fuerza pública ha efectuado un gran despliegue, incluso con refuerzos de la Policía Armada de Valladolid. Han sido llamados los miembros del Cuerpo General de la Policía, Policía Armada y Guardia Civil para reforzar la operación de captura. Existe una fuerte protección del Gobierno Civil, así como severos controles en todas las carreteras de salida de la capital».


Los terroristas debían respirar un poco más tranquilos lejos de todo aquel despliegue, pero fue justo ahí cuando los planes se empezaron a torcer. Mientras esperaban escondidos en la pequeña localidad navarra a la espera del contacto que les iba a ayudar a cruzar la frontera de Francia, atravesando a pie los bosques del Pirineo, los nervios entre los fugados empezaron a hacer acto de presencia. Al parecer, un malentendido hizo que el guía no se presentase a la hora acordada.


«Cunde la inquietud en Segovia»
«Cunde la inquietud en Segovia, sobre todo en el barrio de San José, un popular vecindario de los extrarradio muy próximos al centro penitenciario, donde se producen constantemente movimientos de vigilancia», contaba este diario. El Gobierno ampliaba la zona de búsqueda y los fugados, desesperados, decidieron adentrarse por su cuenta en la montaña, pero un grupo de treinta personas no era sencillo de esconder, aunque caminaran en plena noche y con una densa niebla sobre ellos. Al final, fueron interceptados por la Guardia Civil que vigilaba la zona, lo que provocó que se dispersasen y perdieran contacto entre ellos.


Durante el intercambio de disparos que se produjo entre los agentes y el grupo de presos más numeroso, murió el anarquista Oriol Solé Sugranyes, de 28 años. En ese momento, 21 presos decidieron rendirse y entregarse. En los tres días siguientes fueron detenidos tres miembros de ETA que no consiguieron pasar a Francia. La operación fue dirigida por el general Juan Atarés Peña, que se puso al frente de dos compañías enteras del cuerpo de Policía y efectivos del Ejército de Tierra procedentes del cuartel de Roncesvalles. Eso le puso en el punto de mira de la banda terrorista, que lo asesinó el 23 de diciembre de 1985 de un disparo en la nuca. Tenía 67 años y cuatro hijos.


Cuatro fugados
De los 29 presos que participaron en la fuga de la cárcel de Segovia, solo cuatro lograron cruzar la frontera: Mikel Laskurain, Carles García Solé, Jesús María Muñoa y Koldo Aizpurua. En Francia estuvieron también en busca y captura. Fueron localizados en la isla de Yeu, pero también consiguieron escapar. Estuvieron en libertad durante un año, hasta que en España se decretó la amnistía general y pudieron regresar sin miedo a ser encarcelados.


Otro de los huidos que se benefició de esta medida fue Ángel Amigo Quincoces, que había sido militante de ETA político-militar hasta que decidió abandonar las armas en 1977. Al quedar libre, escribió un libro sobre su experiencia en la fuga y ayudó al director Imanol Uribe a escribir el guión de su famosa película. El filme estaba protagonizado por actores vascos como Ramón Barea y el ya fallecido Alex Angulo.



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