Estados Unidos no halla el modo de acertar en sus políticas hacia Cuba
LA HABANA, Cuba.- Al revertir varias de las sanciones contra el régimen cubano adoptadas durante la administración Trump, el presidente Joe Biden no ha logrado dejar complacidos ni a los jerarcas castristas ni a los más radicales de sus oponentes.
Unos consideran que las medidas de Biden son de alcance limitado, insuficientes, y formuladas en tono hostil. Los otros las consideran concesiones arrancadas mediante el chantaje del éxodo masivo, concesiones que no se merece el castrismo, y menos ahora, cuando muestra su lado más represivo. Consideran que tirar un salvavidas al régimen cuando mayor es su sofoco, significa una traición a los que en Cuba luchan por la democracia.
De cierta manera, según su modo de entender las cosas, ambos bandos tienen razones para la inconformidad con las medidas de Biden.
Los mandamases de la continuidad castrista nunca quedarán satisfechos, a menos que les levanten incondicionalmente el embargo que ellos llaman “bloqueo” –algo que no está al alcance del presidente norteamericano, sino que depende del Congreso–, les concedan créditos ilimitados, fluyan los dólares de los turistas y les permitan actuar a sus anchas, según lo que ellos entienden por soberanía, es decir, sin que les hagan la menor crítica ni reclamo por la falta de libertades y las violaciones de los Derechos Humanos. Y aun así, eternamente necesitados de un enemigo poderoso para posar de víctimas, siempre tendrían quejas de los Estados Unidos y los culparían de todos sus tropiezos y fracasos.
Los anticastristas más radicales perciben como un inmerecido premio a la dictadura estas concesiones a cambio de nada, como las que hizo Obama, pero peor, porque vienen en un momento nada oportuno, menos de 48 horas después de la aprobación de un draconiano Código Penal que criminaliza toda disidencia y promete seguir sumando presos políticos a los más de mil existentes en este momento, entre ellos los varios cientos de jóvenes encarcelados durante el estallido social de los días 11 y 12 de julio de 2021.
Las nuevas medidas de Biden, sobre todo en lo referente a las remesas, atenuarán un poco la situación de crisis humanitaria que se vive en Cuba. Y con la restauración del Programa de Libertad Condicional para la Reunificación Familiar, el permiso para los vuelos más allá de La Habana y la futura reanudación de los servicios consulares de la Embajada norteamericana en Cuba, mejorará los vínculos de los cubanos con sus familiares residentes en los Estados Unidos.
Pero esas medidas, que no pararán el éxodo sino que le imprimirán otro matiz, beneficiarán más a los mandamases castristas que a la sufrida población cubana.
Los dólares que, por concepto de remesas, viajes y apoyo al sector privado –que no es independiente, sino una componenda de paniaguados, aspirantes a la piñata y empresas estatales irrentables y quebradas convenientemente disfrazadas de MIPYMES– al final del camino, irán a parar a las arcas del régimen. Y ese dinero contribuirá a prolongar la supervivencia de la dictadura, justo cuando en bancarrota, parecía adentrarse en la fase terminal.
Según el razonamiento de los más radicales, la mayor coacción represiva sumada a una levísima mejoría de las condiciones de vida –léase un poco más de comida– y las 20 000 visas anuales para emigrar, alejarían la posibilidad de un nuevo estallido popular, que a fuerza de tanta hambre, parecería inminente en estos momentos.
El régimen logrará deshacerse de millares de descontentos y desafectos, les tenderá puentes de plata para que huyan y así tendrá menos gentes a quienes reprimir y encarcelar. Y a no muy largo plazo, esos que se van se convertirán en emisores de remesas para sus familiares en Cuba. Aunque no lleguen a ser, ni remotamente, de los poquísimos que a partir de ahora, gracias a la más generosa de las medidas de Biden, no tendrán ya limitaciones para enviar a Cuba más de tres mil dólares cada tres meses.
Estas nuevas medidas es muy poco probable que contribuyan a “empoderar al pueblo cubano para crear un futuro libre de represión y sufrimiento económico”, como expresó hace unos días Karine Jean-Pierre, la secretaria de prensa de la Casa Blanca.
Eso no lo consiguió el deshielo de Obama, que provocó que luego que Fidel Castro se alarmara y metiera la cuchareta, los mandamases impusieran nuevas limitaciones al emprendimiento privado y aumentaran la represión contra los opositores. Y tampoco lo consiguió Donald Trump con sus sanciones económicas destinadas a asfixiar al régimen castrista.
Estados Unidos no halla el modo de acertar en sus políticas hacia Cuba. Siempre ha sido así. Desde 1898, cuando Cuba logró la independencia gracias a su intervención de los Estados Unidos en la guerra contra España apoyando a los mambises, que no tenían la guerra ganada, como afirma la historiografía castrista. Cuba fue independiente, pero con la Enmienda Platt, y eso dejó en los cubanos un acomplejamiento nacionalista y un sentimiento de frustración que condujo a la larga al naufragio de la república con la revolución de Fidel Castro.
Todavía hay muchos que culpan a Eisenhower de que Fidel Castro se haya vuelto a los soviéticos y a John F. Kennedy por no haber intervenido en Cuba para apoyar a la brigada 2501 y derrocar al castrismo. Pero si lo hubiese hecho, hoy lo culparían de haber ocasionado un baño de sangre.
A Trump le reprocharon la dureza de sus medidas contra el castrismo. A Carter, Clinton, Obama y ahora a Biden, les reprochan, en el mejor de los casos, su falta de realismo, el wishful thinking, la ingenuidad en sus tratos con la dictadura.
La tarea pendiente para los gobiernos norteamericanos es hallar una política hacia Cuba que sea inteligente y pragmática, donde se equilibren las medidas de fuerza y una diplomacia que conduzca a un engagement efectivo que conduzca a la transición. Pero se sabe, la historia de estos 63 años lo demuestra, que es una empresa nada fácil.
Mientras el pueblo cubano sea rehén del régimen castrista es difícil que pueda ser beneficiado plenamente por alguna política que adopte el Gobierno norteamericano. Los beneficios siempre serán administrados a su conveniencia –que no coincidirá con la del pueblo– por los captores verde olivo. Y qué decir de las afectaciones, si en eso precisamente reside el chantaje.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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