El amlato
En un porvenir no tan lejano, las y los mexicanos voltearán la vista y calibrarán cuatro décadas de la vida pública de México marcadas por un individuo: Andrés Manuel López Obrador.
Desde los años noventa del siglo pasado, y mínimo hasta finales de este decenio, la política mexicana habrá tenido que ver con el tabasqueño. Con resistirlo, con marginarlo, con complacerlo y, por supuesto, con apoyarlo o soportarlo en la Presidencia de la República.
Algunos de sus contemporáneos son de la idea, desde hace mucho, de que el guion de AMLO en el poder era uno solo e inevitable. Uno perjudicial. De cierta manera parecen gozar porque hay cosas que van mal en la administración, y se sienten reivindicados con desplantes del Presidente, como cuando éste exclama que “al carajo” sus adversarios.
En la acera contraria, no falta quien hace todo tipo de contorsiones para dotar de sentido, si no que justificar, cualquier acto lopezobradorista. Parecen convencidos de que hay que poner las intenciones de López Obrador por encima de sus hechos y las consecuencias de estos, y viven fascinados por contemporaneizar con el fenómeno político que es el de Macuspana.
Sin embargo, es prematuro cualquier juicio definitivo sobre el amlato.
Quien crea que este periodo (un sexenio o dos) constituye un tropezón, un accidente histórico o incluso una regresión que habrá de enmendar apenas se vaya López Obrador, podría estar adelantando equivocadas vísperas.
Si algo ha hecho Andrés Manuel es dinamitar la noción de que el modelo iniciado en los ochenta con De la Madrid era el único, el mejor o incluso el menos malo.
Ese es el reto de la clase política que se opone al tabasqueño. Él ha triunfado al instalar la idea de que su gobierno es una corrección de rumbo, una de corte nacionalista y que privilegia a los pobres. Ese par de banderas serán muy redituables en las elecciones.
Frente a ello la oposición carece de propuesta clara, de algo que no sea el modelo que de una u otra forma construyeron en decenios; ése que la gente –dicho a grandes rasgos– no extraña.
Igualmente, las figuras opositoras carecen de algo que al Presidente le sobra: su febril actividad.
Superada la pandemia, el mandatario realiza intensas giras que parecen más de alguien en su primer año, e incluso de alguien que apenas busca el poder.
Difícil saber si la intensidad de estas giras es porque a AMLO le agobia el fin de su sexenio. En poco más de un año habrá de destapar a su corcholata. La elección que haga es clave, precisamente, para definir su legado. En la persona designada veremos si querrá una extensión de éste, o elige a alguien que corrija o enderece tan disfuncional administración.
Las posibilidades de que Morena retenga la Presidencia son altas. Cuestionado por sus insuficiencias y errores, Andrés Manuel alegará que le tocó lidiar con adversidades que vinieron del exterior, que su gobierno capoteó el temporal, que, con nacionalismo y para ayudar al pueblo, trabajó mucho, y que no incurrió en los abusos de otras administraciones.
Muchos de quienes se benefician de pensiones, apoyos y becas en efectivo inauguradas o ampliadas en este sexenio refrendarán a López Obrador su apoyo y elegirán, extendiendo el amlato, a quien él decida que debe sucederlo.
Será así porque, a pesar de las insuficiencias y errores de su gobierno, y de la crisis en inseguridad y un sombrío panorama económico, no existe hoy nadie, ni remotamente, como AMLO, el personaje en torno al cual gira la conversación pública del país desde hace décadas. Y lo que falta.