Belinda Washington: «Me gustaría tocar el saxo, hacer esculturas y aprender más idiomas»
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Belinda no para quieta: lo mismo presenta una exposición de pintura que canta en un bolo con la Belinda & The Washington Band (deliciosa su playlist con covers jazzísticos), y todo le procura un placer alejado de la ansiedad de la ambición: «Es que no aspiro a que me den premios, me basta con expresar lo que siento. Eso sí, me preparo a fondo porque soy ‘doña aprendiz’, pero lo hago para mí, no por demostrar nada. Me gusta vibrar, estoy viva, me dejo llevar». Su lista de cosas por hacer crece por momentos: «Me gustaría tocar el saxo, hacer esculturas, aprender más idiomas...».
Belinda es una madre orgullosa de dos hijas, Andrea y Daniela: «Son buenas personas y eso es lo que más me importa. Por supuesto, que tengan su cultura, sus estudios, pero siempre les he dicho que hagan lo que de verdad les haga felices; que tengan su vocación, que es otra cosa distinta al trabajo. Como madre, lo que me preocupa no son sus títulos sino la huella que dejan en los demás».
El año que viene, Belinda cumple 30 años de matrimonio con Luis Lázaro: «No creo que hagamos nada especial porque no creo en esas cosas, las celebraciones se hacen todos los días. Con los ocho que estuvimos de novios, es más de media vida juntos. Pero somos muy independientes, sobre todo yo, que voy a mi bola. Cada uno tenemos nuestro espacio, nuestras aficiones. Hemos pasado por todos los colores, como todas las parejas, y quien diga lo contrario, miente. Ahora, si me preguntas si después de tanto tiempo volvería a casarme con él, te diría que sí».
La mujer que lleva la luz
¿Recuerdan eso de que la pandemia nos haría mejores? A Belinda no le hacía falta pasar por una porque ella ya era mejor: lleva años colaborando en distintas ONGs, pero hay una que le hizo meterse en un quirófano para ‘llevar la luz’ a personas con cataratas y otras enfermedades de córnea: «Me dijeron que la doctora Elena Barraquer era una mujer maravillosa y exigente, con mucha personalidad. Fue conocernos y reconocernos. Con ella y su fundación llevo 14 expediciones, desde Bangladesh a Kenia, pasando por Chiapas, México, o Marruecos. Gracias a los idiomas, empecé organizando a la gente que acudía. Luego ella me preguntó si me atrevería a ayudar en quirófano para la anestesia. Le dije que sí. La primera vez que vi cómo metían la aguja en el ojo me impresionó mucho». Muchos se hubieran desmayado -servidor, sin ir más lejos-, pero ella no, ella hizo un curso de instrumentista para convertirse en mano derecha de la doctora: «Las jornadas eran agotadoras en lugares inhóspitos. Hemos llegado a operar a 50 personas en un día».
Pero todo el esfuerzo compensa: «Da igual el idioma o la diferencia de cultura, el agradecimiento que sientes, la alegría que percibes es algo indescriptible. La gente que no puede ver en esos países está totalmente desprotegida».
Belinda cree en una revolución humana que ponga a las personas por encima de todo: «Sería bueno que los estudiantes recibieran clases de solidaridad, que se les animara a pensar en los demás, que se fomentara la empatía a través de prácticas constantes. Somos una sociedad muy egocéntrica. Cada día hay que hacer algo por los demás. Se puede hacer algo por un amigo, por un familiar o por un compañero».