El debate que viene
El Poder Legislativo es también una válvula de escape para el ambiente político. En ese espacio es natural que se desborden las pasiones, que los discursos se salgan del marco de los planteamientos y se llegue a los insultos y, en ocasiones, hasta los golpes (cuántas veces no hemos visto verdaderos zafarranchos en congresos de otros países). No debe extrañarnos. Los representantes populares también cargan los recelos y fobias de sus electores y los enfrentan con los adversarios.
Durante décadas en el país, en la Cámara de Diputados, cuando el PRI era una mayoría gigantesca había una sección autodenominada El Bronx. Estaba compuesta por legisladores que no participaban en el debate, se la pasaban en la chunga gritando, insultando y provocando a los opositores. Eso sí, siempre votaban como tenían que hacerlo. Ahora que no hay mayorías como las del PRI en ese entonces, pareciera que toda la cámara es un gigantesco Bronx. Signo de los tiempos. Si en Palacio Nacional lo que priva es el insulto y la agresión, lo normal es que en el Legislativo suceda lo mismo con más gente.
Todo esto viene a cuento por el debate en el Senado, la semana pasada, entre Lilly Téllez y Fernández Noroña. Como se sabe, el señor Noroña decidió convertirse hace años en una especie de neanderthal de la política: un sujeto primitivo en busca de dar un garrotazo a la primera de cambios, un provocador, un machito de cantina que pone apodos y que amenaza en cualquier momento. Una decisión que no sorprende, pero que pudo tener otra dirección, pues Noroña es un hombre preparado, con herramientas políticas, con soltura a la hora de hablar y estructura discursiva. Hubiera podido ser un muy buen parlamentario, pero le ganó su personaje y ahora ya va en Changoleón.
Que la senadora Lilly Téllez le haya puesto ese apodo al lopezobradorista es una cucharada de la sopa noroñesca. Ella, para muchos de los opositores, puso en su lugar a alguien que ha hecho del insulto a la diferencia de opinión una forma de vida pública. Para quienes se jalan los pelos alarmados por el nivel del debate público, como si en el sexenio de Peña Nieto hubiéramos vivido en el ágora griega, más vale que se vayan acostumbrando.
Ahora bien, hay que decir que la senadora Téllez demostró que se ha preparado a fondo para estas lides. No solamente es que por su trabajo anterior tuviera facilidad para desenvolverse en público. En su intervención de la semana pasada, es claro que se ha preparado no sólo en la parte histriónica y de oratoria, sino también en el contenido político. La manera suelta de señalar, de insistir sin titubeos, habla de alguien que se está tomando en serio su trabajo, lo que es una buena noticia para las batallas por venir. En unos cuantos meses la senadora Téllez se ha convertido en una figura opositora relevante.
Hace tiempo que la pureza argumentativa se fue de la vida política. Hace tiempo que los grandes discursos no llegan a ningún lado. Lo de ahora es la frase efectista, la ocurrencia y, sobre todo, el señalamiento, la actitud echada para adelante. Pero también a eso se le puede dar sentido político. El debate que viene es algo parecido a lo que vimos la semana pasada. Por si alguien se asusta, pues mejor ni se asome.