Jamás confundamos la voluntad con la capacidad
Desear es plausible, pero insuficiente. Querer es necesario, pero exiguo. Aspirar es loable, pero no resuelve. Para lograr que las cosas sucedan, conviene disponer de varias aptitudes más que sólo buena y sostenida voluntad.
Pero en la era que pregona la simplificación de todo lo simplificable y la practicidad como una forma de aproximarse a la realidad del acto, no es inusual que tirios y troyanos confundan la claridad de miras de lo que se busca, con la posibilidad práctica de lograrlo.
En su definición más simple, la voluntad es la facultad que tenemos los seres humanos para decidir y ordenar nuestra propia conducta. Es uno de los efectos más emblemáticos del libre albedrío o la libre autodeterminación. La voluntad admite e impulsa. Su ausencia rehúye y detiene.
¿Por qué no basta con observar una clarísima voluntad para afirmar que un individuo está resuelto para hacer algo? Aquí tres elementos sin los cuales la más firme de las voluntades se suele quedar en intención:
1) La voluntad debe nutrirse de la habilidad.- El conocimiento es el punto de partida obvio, pero tiende a ser insuficiente. Si bien querer no es saber, saber tampoco es poder. No en automático. Requiere un nivel de compenetración y dominio relevante.
Desarrollar habilidad es trabajar la ejecución cuantas veces resulte necesario hasta que proyectes tan alto nivel de destreza, gracia y autoconfianza, que nadie pueda cuestionar que puedes (al menos con seriedad).
2) La voluntad se materializa con capacidad.- Poder hacer algo que se quiere hacer, no es sinónimo de poder realizarlo en la proporción, magnitud, complejidad, ubicación o estándar de cumplimiento que un momento específico requiere.
La capacidad (ancho de banda dirían en el argot de negocios) se refiere a los recursos disponibles que tiene una persona o entidad para desempeñar una tarea o cometido en el orden de magnitud que distintas circunstancias específicas exijan.
3) La voluntad se potencia frente a la oportunidad.- Y es que saber, querer y poder –aun en su mejor expresión posible– pueden resultar el mejor secreto guardado de quien sea si no se tiene una ocasión oportuna para ejecutar frente a personas clave para desenlaces favorables.
La oportunidad es el momento conveniente para algo. Hace alusión a lo que es conveniente sí, pero también a un instante en el que se posibilita un ‘turno al bat’ que resulta definitorio para mejores posibilidades de futuro.
Y sí. Una férrea voluntad puede ser expresión de arrojo, de fortaleza de carácter o de atrevimiento frente a la confrontación negativa. Es el ingrediente esencial en el proceso de búsqueda de la excelencia profesional o de la máxima competitividad en una determinada esfera de la actuación profesional.
No obstante, las empresas y las personas competimos a base de resultados, no de intenciones. Premiamos la materialización de hechos convenientes para nuestros legítimos intereses, no nos quedamos con la bien intencionada voluntad de quien no es capaz de acreditar resultados tan tangibles como necesarios.
Las organizaciones todo el tiempo están midiendo si el más afilado de sus directivos o el más modesto de sus colaboradores sabe, puede y quiere. Y en ese perpetuo proceso de evaluación del desempeño pasado y de las perpetuas posibilidades de futuro, jamás debemos confundir la voluntad con la capacidad.